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martes, 6 de noviembre de 2012

Entrepeñas, Buendía y Tendilla 06-10-2012


Ver Buendía en un mapa más grande
Primer fin de semana de octubre y aprovechamos que sigue haciendo buen tiempo para hacer una excursión por tierras de Guadalajara y Cuenca; en concreto vamos al pantano de Buendía, el gigantesco embalse con ambiciones de mar pero venido a menos por la sequía que aún nos azota. La idea inicial era ir primero a ver las ruinas de una ciudad visigoda pero los recortes presupuestarios en Castilla - La Mancha hicieron que tuviéramos que renunciar a esta visita porque resulta que el recinto está cerrado hasta la primavera. Así que la excursión se transformó en una caminata desde las inmediaciones del pantano de Buendía hasta la ermita de La Virgen de los Desamparados y vuelta para luego ir a comer a las inmediaciones del pueblo de Buendía y visitar el Bosque de las Caras.

Quedamos tempranito en la puerta de mi garaje donde Balby me recogió y salimos zumbando hacia la carretera de Barcelona, no sin despistarnos en alguna de las salidas y es que no es lo mismo conducir que hacer de Luis Moya, lo de “curva a la derecha, recta, curva a la izquierda, a rasss…” no lo tengo muy dominado aún; bueno, el caso es que, una vez tomada la A2 hay que seguirla hasta Guadalajara y tomar allí la N320 hasta Sacedón, lugar en el que tomaremos la CM2000 hasta el muro del pantano de Buendía.
Sobre las 10:30 estábamos en el muro del pantano y avanzando por el camino junto al río buscando donde dejar el coche para iniciar nuestra excursión hasta le ermita; al final lo dejamos en una explanadita junto al río y empezamos a caminar por el camino que se adentraba en el desfiladero por el que discurre el Guadiela rumbo al Tajo, la temperatura era agradable y el silencio casi total; algún pájaro, ocasionalmente una ráfaga de viento y poco más; el agua casi transparente, como pocas veces se puede contemplar un río. No nos cruzamos casi con nadie, algún coche y nada más, lo que acentuaba la sensación de estar lejos de cualquier parte; como a mitad de camino nos encontramos con un puente que cruza el río y nos lleva a los puestos de pesca, por lo que recuerdo había muchas carpas y una variedad de trucha americana que se llama black bass (blasblas para los lugareños). El puente originalmente era de fábrica pero alguna riada debió de llevárselo y durante muchos años no era posible cruzar por allí; ahora ha sido reconstruido con una superestructura de madera que le da un cierto aire más poético, sobre todo en el lugar que nos hallamos, los confines de Cuenca y Guadalajara, encajonados en un largo cañón entre sol y sombra, a principios de otoño y lejos de casi cualquier sitio.
¿nadar aquí? no sé yo...

  

Tiempo soleado y sonrisa radiante
para alegrar la mañana


Disfrutando de la sombra
y el casi total silencio

Ermita de Nuestra Señora
de los Desamparados

Después de un rato allí sacando unas fotos, disfrutando de aquella soledad acompañada y mirando el paisaje, seguimos caminando, hasta que, tras un repecho apareció al fondo del camino la ermita, donde los lugareños de Buendía llevan a la Virgen en primavera a su sitio de veraneo y desde la que la trasladan de nuevo al pueblo el último fin de semana de septiembre. Había estado allí hace bastantes años y me sorprendió gratamente por lo muy cuidado y limpio que estaba todo: estuvimos un rato descansando a la sombra, abundante y acogedora y tomando algunas fotos, mirando los cangrejos de río, muy numerosos en aquel lugar, tras lo cual, ascendimos por un camino bastante empinado que lleva a ver una panorámica del Guadiela y que, siguiéndolo lleva hasta la confluencia de este río con el Tajo, cosa que no hicimos porque ya el sol daba bastante fuerte y el camino está bastante desprotegido, así que deshicimos el camino andado y nos dirigimos hacia el sitio donde dejamos aparcado el coche, donde llegamos cuando el sol apretaba ya bastante y nos dirigimos hacia Buendía, parando antes en el muro de la presa para verlo de cerca y curiosear por un curioso túnel que nos llevaba al otro lado del muro de la presa; el tunel contaba con habitantes propios de la oscuridad, murciélagos que roncaban plácidamente colgando del techo del tunel.
¿Seguro que hay murciélagos?
¿Entramos o no?




Al cabo de un rato nos subimos de nuevo al coche y tras unos unos minutos llegamos a Buendía y donde aprovechamos para tomar algo fresco en un bar-restaurante del lugar antes de dirigirnos a la segunda parte de nuestra excursión.
¡Despegamoooos!

¡Muack!

Espectaculares vistas
Llegamos al Bosque de las Caras, junto al pantano de Buendía y la primera impresión no fue buena porque el lugar estaba bastante sucio y medio abandonado, con los cubos de basura rebosando desperdicios; nos alejamos un poco un poco de la zona desagradable y nos adentramos en el bosque en busca de las esculturas labradas en la piedra caliza, algunas son relieves otras son auténticas esculturas, entre las que destaca la que representa una calavera y domina la vista sobre el pantano, allí hicimos unas cuantas fotos y Balby incluso se atrevió a darle un beso a la misma muerte; el recorrido acabó de una forma un poco accidentada con la aparición de una culebra, que nos hizo pensarnos si nos acercábamos a la última de las esculturas. A lo largo de los años ha ido creciendo el número de esculturas con las que cuenta el bosque, la primera vez que estuve allí había tres o cuatro además de la calavera; hoy día son unas 16, algunas de bastante tamaño; el recorrido merece la pena y sólo se echa de menos que estuviera un poco más limpio el entorno porque le quita gran parte del encanto.
Salimos de Buendía y enfilamos rumbo a Madrid, despistándonos una vez más (curva a la derecha, desvío a la izquierda, a rasss) pero recuperando rápidamente la ruta; pasamos por Sacedón sin pararnos y nos dirigimos hacia el pantano de Entrepeñas, enorme también , aunque es sólo la mitad de Buendía, el primero tiene una capacidad de 800 hectómetros cúbicos largos, mientras Buendía tiene más de 1.600, de todas formas es una construcción espectacular en una estrecha garganta y con varios miradores en las inmediaciones de su muro, paramos en uno de ellos donde estuvimos contemplando las vistas y planeando una futura excursión por el estrecho cañón por el que discurre el Tajo camino del salto de Bolarque, estos cañones los conocen los lugareños con el nombre de “entrepeñas” de ahí el nombre del pantano.
Tendilla,
Nuestra Señora de la Asunción
Balcón sobre el Tajo, disfrutando de
la vista y el fresquillo vespertino
Tras la sesión de fotos en el mirador, salimos camino de la última parada, el pueblo de Tendilla, donde tomaríamos un café para quitarnos la modorrilla de media tarde, dimos una vuelta por el pueblo, típico pueblo de La Alcarria, por el que pasó Camilo José Cela cuando recorrió aquellas tierras para luego dejar testimonio en su famoso “Viaje a La Alcarria”. Lo que más nos llamó la atención fue su iglesia, creíamos que reconstruida parcialmente pero no, lo que sucedió es que nunca se acabó, iba camino de ser la iglesia más grandiosa de toda La Alcarria y se quedó a medio camino; eso si, nos recibió con unos alegres toques de campana. Tomamos café en un bar típico de pueblo, es decir, sólo de hombres, con lo cual desentonaba el 50% de la expedición… aunque a lo mejor lo que desentonaba era el bar, y salimos hacia Madrid donde llegamos a media tarde.

¡Ah de la casa!
En resumen una excursión altamente recomendable y además con la ventaja de que fue semi-improvisada pero que disfrutamos como si la hubiéramos preparado.

Hasta la siguiente.
El Tajo encajonado rumbo a Bolarque

Ver Buendía en un mapa más grande

sábado, 27 de octubre de 2012

Las Médulas, 29 de septiembre de 2012


Último fin de semana de septiembre y emprendí el ya tradicional viaje al Bierzo, a San Miguel de las Dueñas, donde durante varios años he estado llevando a mis padres y una tía materna para comprar miel y otras viandas a las monjas del monasterio, entre las que se encuentran otra tía materna y una prima. Una vez expuesta esta cuando menos confusa relación familiar, diré que este año hubo cambios en la expedición, ya que mis padres no podían viajar esta vez así que en un principio íbamos a ir mi tía y yo, pero a última hora se nos unió una amiga mía que tenía ganas de conocer los confines del Reino de León.

Así que el sábado 29 de septiembre, recogí primero a mi tía en su casa y salimos a buscar a Balbina, Balby para los amigos, que así se llama esta amiga. El tiempo no auguraba nada bueno, llovía sin parar si bien no con mucha fuerza; aunque el día anterior me habían dicho que en San Miguel hacía sol, la perspectiva de pasar todo el fin de semana pasados por agua no es que me hiciera mucha ilusión, principalmente porque mi plan era ir a ver Las Médulas ese mismo día y podía convertirse en una aventura en el barro.

Y ahora surge la pregunta ¿Las Médulas? ¿y eso qué es? Se trata de una antigua mina de oro excavada en las montañas cercanas a Ponferrada. Cuando digo antigua me refiero a muy antigua, la explotación fue obra de los romanos que supieron enseguida del tesoro que escondían estas montañas y decidieron extraer hasta la última onza de sus entrañas, para ello concibieron un sistema que consistía ni más ni menos que en reventar las montañas por medio de agua que embalsaban en el punto más alto y dejaban caer dentro de las galerías previamente excavadas de forma que provocaban poco a poco el derrumbe de grandes porciones del monte, quedando luego la tarea de extraer el oro de entre el barro y retirar dicho barro, ya seco para que no estorbara las siguientes avenidas. El historiador romano Plinio, que fue durante un tiempo director de esta explotación, definió el sistema como “ruina montium”¸ el caso es que dicho sistema  alteró profundamente la fisionomía del lugar, que hoy podría recordar un paisaje lunar si no fuera porque la naturaleza ha ido cubriendo poco a poco las profundas cicatrices provocadas por la mano del hombre invadiendo el bosque bajo, los robles y los castaños toda la zona; también el hombre ha contribuido a la evolución de lo que fue originalmente la explotación minera, las pequeñas aldeas de Las Médulas y Carucedo junto con numerosos fincas de labor, han contribuido a hacer de Las Médulas ese lugar mágico pero a la vez muy real.

 

Llegamos a San Miguel de las Dueñas sobre el mediodía con la procesión a punto de empezar pues no en vano estábamos en las fiestas patronales y, la verdad es que el santo patrón se portó y no dejó que la lluvia desluciera su día: ni una nube en el cielo y un tiempo más de verano que de otoño, estaba claro que el veranillo de San Miguel no era ningún mito. Llegamos, decía al filo del mediodía y tras dejar a mi tía en el convento, nos marchamos a Las Médulas con idea de recorrer los puntos principales y comer por allí donde nos diera el hambre. Así que tras media horita de trayecto adicional llegamos al pueblo de Las Médulas, desde el que ya se ven algunas de las moles arcillosas de la antigua montaña que aún siguen en pie. Dejamos el coche en el aparcamiento que hay a la entrada de la aldea y la atravesamos para coger una de las rutas que recorren el lugar, en principio la más corta pero la que nos lleva a las dos cuevas más famosas de la antigua explotación: La Cuevona y La Encantada, se trata de los restos de dos galerías por las que debió salir el agua lanzada con toda su fuerza por el interior de la montaña hacia la zona de deyección donde se extenderían los terrones de arcilla, rocas y escoria que habría que revisar y lavar en busca del oro.

 

Hicimos un recorrido bastante llano en el que algunos robles pero sobre todo, castaños nos daban sombra y nos mostraban sus erizos, verdes aún pero de tamaño considerable; muchos de aquellos árboles estaban huecos por dentro, a pesar de lo cual seguían vivos y con frondosas ramas; por lo que pudimos saber después, los árboles que así estaban eran aquellos que habían sufrido los estragos de algún incendio forestal; el castaño es un árbol que arde deforma muy lenta porque conserva mucha humedad y eso le hace muy resistente a los incendios y por eso aunque quede casi reducido a cenizas, mientras conserve un mínimo de humedad, volverá a echar ramas y hojas y, pasado un tiempo , castañas.

Había bastante gente por algunos puntos aunque no llegaba a la procesión que solemos encontrarnos en algunos sitios. El caso es que, tras una no muy trabajosa subida, llegamos a La Cuevona, una hoquedad de unos quince metros de alto por unos 10 de ancho, en la que se reflejaban perfectamente las distintas fases de vaciado de la galería, hecho por medio de galerías más pequeñas, que iban uniendo hasta crear la grande. En este caso la cueva describía un giro a la izquierda en ascendente según veíamos desde la entrada, que no se podía franquear porque una valla y un cartel de advertencia nos avisaban del peligro; el terreno es arcilloso, lo que favorece los derrumbes en cualquier momento, además había estado lloviendo durante los días anteriores y no era cuestión de salir de allí con una fractura de cráneo… como poco. Tras unas cuantas fotos, nos dirigimos a La Encantada, la otra gran cueva  que se conserva en la mina; ésta tiene mucha menos pinta de galería que la otra, tiene una abertura en la parte superior y, la parte inferior tiene forma de cuenco, seguramente hecho por el agua al caer con violencia sobre aquel lugar.

Deshicimos el camino hasta La Cuevona para tomar el sendero que debía llevarnos de vuelta a la aldea de Las Medulas mientras hacíamos fotos de la ruta y charlábamos (yo poco para no perder la costumbre). Cuando estábamos más o menos a medio camino, nos encontramos con el camino que subía hasta el mirador de Orellán y decidimos tomarlo a ver si la vista era buena.

 

La subida es de unos 800 metros, no muy larga por tanto pero la rampa es bastante notable lo que hizo que la subida fuera lenta y trabajosa  aunque discurrió toda ella en medio de un umbrío bosque de castaños que apenas dejaba pasar los rayos de sol. Al final llegamos al mirador y la vista mereció la pena: a nuestros pies se veía toda la extensión de Las Médulas y más allá el lago de Carucedo y la Laguna Somida y al fondo, el comienzo del Macizo Galaico, la frontera entre León y Galicia, tan difícil de franquear aun no hace mucho, aquí y allá pequeñas aldeas: Las Médulas, Carucedo… Aún podríamos haber subido un poco más pero, lo fuerte de la subida hasta aquel punto junto con la temperatura, bastante elevada, nos hizo desistir, por lo que, tras un rato por allí y unas cuantas fotos más, emprendimos el descenso y la vuelta hasta Las Médulas.

 

Al regresar al coche, tomamos algo para comer y decidimos acercarnos al Lago Somido, un lago formado sobre uno de los canales en los que se lavaban los lodos de la mina para encontrar el oro. No se encontraba lejos de allí, así que tomamos de nuevo las mochilas y deshicimos parte del camino hasta llegar, frente a la iglesia, al desvío y caminamos durante un poco más de un kilómetro para llegar a la laguna. La vista desde el lago es bastante buena; en uno de los extremos del lago está el Mirador de Chao de Maseiros desde el cual el lago de Carucedo sigue viéndose desde lo alto, aunque ya no tanto, también se ve el pueblo de Lago de Carucedo así como el muro del embalse, mientras que las Médulas se ven en toda su extensión pero de abajo arriba ya que estamos más bajos que la mina, de ahí el nombre del lago: Somido, significa “hundido”. Tuvimos ocasión de ver alguna rana despistada en la orilla, lo que no vimos aunque parece ser que se trata de una plaga, son cangrejos; por lo que he podido averiguar, algunos listillos introdujeron de forma clandestina el cangrejo rojo, especie proveniente del sur de Estados Unidos y del Norte de México, con el resultado de que acabó con el cangrejo autóctono, bien porque lo devoraba, bien porque el cangrejo americano era portador de una enfermedad contra la que el cangrejo autóctono no era inmune; al parecer también son los responsables de la casi total extinción de los nenúfares blancos en el lago. Cuando estuvimos, aunque había llovido los días anteriores, el lago se encontraba bastante bajo, es más, antes de llegar hay dos lagunas más, la laguna Larga y la de Pinzais, que se encontraban completamente secas; al parecer, cuando tienen agua es un paraje de bastante belleza… habrá que volver para comprobarlo.

 

Con esto, dimos por concluida nuestra visita a Las Médulas y nos pusimos en marcha de vuelta a San Miguel de las Dueñas, sin embargo aún hicimos una escala, ya que pasamos muy cerca del lago de Carucedo y decidimos parar y acercarnos a verlo, para lo que tuvimos que caminar unos cuantos metros, no muchos, desde el coche hasta la orilla en medio de una vegetación bastante agreste pero mereció la pena, aunque sólo fuera por ver salir huyendo unos cormoranes, que se asustaron con nuestra llegada.

 

El lago se formó al cegar los romanos con los escombros de la mina el curso normal del río, pero, como todos los lagos de la zona, el lago de Carucedo encierra sus misterios y sus leyendas; una de ellas es la que nos relata que este lago se formó por la abundancia de lágrimas de la ondina Carissia, enamorada del general romano Tito, conquistador de El Bierzo. El año 19 antes de Cristo, Tito tomó Castrum Bérgidum.

 

Castrum Bérgidum, actualmente Castro Ventosa, se halla cerca de Cacabelos, en Fieros. Es un cerro que se divisa desde la carretera. Allí están las raíces históricas de El Bierzo. La raíz «berg» es de origen nórdico, posiblemente celta y significa altura.

Aquí establecieron sus tropas los romanos para vigilar la explotación de Las Médulas.

 

La ondina Carissia vivía en la mítica ciudad de Lucerna y se enamoró perdidamente del general romano, pero éste, dado que la ninfa era astur, raza y pueblo que los romanos consideraban inferior, la burló y la despreció. La ninfa sintió tal dolor que estuvo muchos años llorando y tantas lágrimas derramó que se fue formando el legendario lago que anegó la mítica ciudad de Lucerna.

 

Así se llenó la hoya con agua cristalina, donde el sol refleja sus rayos en una tonalidad azulada enmarcada entre las espadañas y las juncias.

 

Dice la leyenda que todos los años al amanecer del día de San Juan, cuando se abre el alba y el sol dora las aguas se vislumbra en el fondo del lago el reflejo de la ciudad de Lucerna.

 

En esa noche serena sale la ondina Carissia del lago de Carucedo a buscar un guapo mozo que la requiebre de amores. Pero, como es tan grande el lago, es difícil dar con ella. Alguna vez se ha encontrado en la mañana luminosa el peine de cuerno con alguna hebra de sol entre sus púas, que la ninfa se dejó olvidado en la orilla.

 

Siempre hay algún visitante del lago de Carucedo que románticamente se acerca a la orilla y da un beso a sus aguas, para que la dama del lago se lleve el testimonio afectivo del galán que siente la leyenda y alguno cree percibir en las aguas azuladas algo así como un perfume de rosas silvestres.

 

Pero no hay una única leyenda. Cuenta Gil y Carrasco, autor de El Señor de Bembibre, que el señor templario del castillo de Cornatel, que se encuentra por las inmediaciones, cazaba por los montes de Borrenes y se topó con una hermosísima pastora a la que poseyó por fuerza entre las encinas.

 

Un mozo de Carucedo enamorado de la pastora de Borrenes tomó venganza de la afrenta y esperó al templario en una de sus cacerías hundiéndole el cuchillo en el vientre. Por temor a las represalias se marchó a tierras de morería y al cabo de muchos años volvió de peregrino a Compostela e ingresó de monje en el monasterio próximo a Carucedo donde andando el tiempo fue nombrado abad.

 

Por las inmediaciones de aquellos lugares merodeaba una bruja que causaba muchos males a los habitantes y ganados de la zona; así que éstos acudieron al abad a pedirle que les librara de ella. El abad salió de noche para conjurar a la bruja y cuál no sería su sorpresa cuando se la encontró y reconoció en ella aquella bella moza de la que en su juventud estuvo enamorado.

 

De inmediato brotó entre ellos la pasión del amor perdido tantos años y fueron al pórtico de la cercana ermita, donde el abad olvidó sus votos de castidad con el agravante de estar además en un lugar sagrado.


En castigo, las torrenteras manaron agua acompañadas de un coro de rayos y truenos hasta inundar el valle y anegar la ermita, formando el lago de Carucedo, donde la noche de San Juan se puede oír el tañido de la campana de la ermita.

 

Como podéis ver, si nos acercamos al lago la noche de San Juan podemos pasar una noche bastante entretenida entre la ondina y la historia del abad.

 

Con ánimo de acercarnos al lago por otro lado, entramos en el pueblo de Lago de Carucedo, curioso nombre para un pueblo en el que llegar al lago es bastante difícil aunque al final lo conseguimos. Habíamos dejado el coche estacionado junto a la iglesia y aprovechamos para entrar en su recinto exterior, el interior estaba cerrado, y subirnos a la espadaña a ver las campanas de cerca.

 

Con eso ya dimos por terminada nuestra excursión y enfilamos hacia San Miguel, a donde llegamos un poco antes de la hora de cenar. La cena fue, como siempre, sabrosa y abundante. Terminada la cena, mis tías se quedaron charlando reja por medio pero nosotros, que estábamos bastante cansados después del “pateo medular” nos fuimos a dormir porque además, al día siguiente íbamos a madrugar para ir a ver amanecer des algún punto elevado del pueblo.

 

Habíamos quedado a las 7:30 de la mañana, por lo que, el despertador sonó un poco antes para dar tiempo a despabilarse, forrarse un poco y salir a buscar ese punto elevado desde el que ver la salida del sol. Hacía bastante frío, como corresponde a esa zona, cercana a las montañas y con varios ríos cerca, cuando salimos del convento. Nos dirigimos, en primer lugar, hacia la estación, pero nos dimos cuenta que allí iba a ser difícil ver nada porque un edificio que realmente no pintaba nada en San Miguel sino en un sitio más grande, nos bloqueaba la vista hacia el Este, así que decidimos acercarnos lo más posible a la autovía que pasa bastante elevada con respecto al pueblo; por fin encontramos un punto donde se veían los montes hacia el Este bastante despejados; llegamos con bastante adelanto porque de echo por el noroeste vimos ponerse la luna llena detrás de una montaña pero el sol se hizo esperar un rato, hasta pasadas las 8:30 de la mañana, no empezar a despuntar sus primeros rayos a lo lejos detrás de un bosque y no empezamos a sentir al menos un poco de calor, más psicológico que otra cosa porque aún estaba el sol muy oblicuo. Cuando el sol por fin “despegó” de la tierra, volvimos hacia el convento, donde despertamos a mi tía para ir a desayunar y donde entramos un poco en calor. El desayuno, copioso también y muy variado, fruta, queso, café, galletas, pastas… en fin lo necesario para reponerse de un buen rato al sereno como el que habíamos pasado.

 

Terminado el desayuno, fuimos hacia el cobertizo donde estaba el coche para prepararlo para la vuelta a Madrid y eso implicaba cargarlo y distribuir la carga bien por todo el coche para que cupiera todo y, aunque suene paradójico, quedara espacio para nosotros, cosa bastante difícil habida cuenta de la cantidad de cosas que llevábamos: la miel, patatas, tomates, lechugas…en fin, lo que suele dar una huerta. También llevamos unas pocas manzanas que recogimos de unos cuantos manzanos que hay rodeando las colmenas de las abejas.

 

Acabamos la tarea justo para la misa con la que se cerraban las fiestas patronales, tras la cual dimos un paseito y nos fuimos a comer.

 

A primera hora de la tarde, con el coche cargado hasta arriba salimos por el portón del cobertizo con destino a Madrid, donde llegamos a primera hora de la noche. Aconsejo visitar Las Médulas y su entorno, sobre todo a finales de septiembre o quizá a mediados de octubre cuando las hojas ya están a punto de caerse y la tierra ya ha recuperado parte de la humedad perdida en el verano.