Mañanita de domingo, día de San Isidro; la excursión de hoy es de lo más asequible, se trata de una excursión urbana al Parque de El Capricho, en la Alameda de Osuna, una pequeña joya casi desconocida para todo aquel que no tenga un cierto conocimiento de lugares curiosos de Madrid.
Está situado en el Noreste de Madrid, cerca del aeropuerto de Barajas y del parque Juan Carlos I, el que le separa la avenida de Logroño, bastante lejos, por tanto del centro de la ciudad; aunque está bastante bien comunicado tanto por metro (Línea 5, estación El Capricho) como en autobús (101, 105 y 151); ir en vehículo privado no presenta dificultades porque se puede aparcar cerca sin grandes problemas. Ojo, no dejan meter comida ni balones ni bicis, así que, si vais con niños no os molestéis en llevar nada de eso.
El jardín fue mandado construir por María Josefa Pimentel, Duquesa consorte de Osuna, una de las principales damas de la Corte en la época y mecenas de varios artistas. El proyecto se inició en 1784 y finalizó en 1839 cinco años después de la muerte de la Duquesa. La idea era crear un jardín de recreo, por eso está salpicado de sorpresas y lugares llamativos. La duquesa ordenó construir estanques y canales, fuentes y albercas que inundan todo el parque con el alegre sonido del agua. Hizo plantar además, su flor favorita, la lila.
Durante la invasión francesa de 1808, el recinto se utilizó por el ejército francés como acuartelamiento para sus tropas. Tras la retirada del ejército francés, el lugar volvió a manos de la duquesa, quien llevó a cabo una reforma y reacondicionamiento del mismo. Se repoblaron arbustos, y se construyó el casino de baile, obra de Martín López Aguado. Seguramente fue en esa época cuando el parque adquirió el aire romántico que le caracteriza actualmente.
En 1834, tras la muerte de la Duquesa de Osuna, la propiedad del recinto pasó a manos de su nieto, quien encarga, también a López Aguado nuevas construcciones, como le exedra en la Plaza de los Emperadores, dedicada a su abuela. Tras la muerte de Pedro Alcántara en 1844, la propiedad pasa a su hermano, con quien comienza la decadencia del recinto, que es víctima de un progresivo abandono a lo largo de las décadas siguientes.
Durante la República fue declarado Jardín Histórico, aunque eso no significó que tuviera una conservación digna. Durante la Guerra Civil, se construyó en el Jardín un refugio antiaéreo subterráneo, en los que se encontraba el Estado Mayor del Ejército del Centro, mandado por el general Miaja, la posición Jaca, cuyos respiraderos emergen en el camino desde el palacio al abejero; al parecer fue aquí donde se firmó la rendición de Madrid y, por tanto, donde acabó la guerra; también existe otro refugio que, al parecer fue usado como polvorín. Es de notar que al inicio de la contienda, un avión proveniente del cercano aeródromo de Barajas se estrelló en el laberinto provocándole muy graves daños; el laberinto termina por desaparecer poco después, cuando se utilizó como zona de acampada de un destacamento del Ejército Republicano; sólo en los años 90 del siglo XX, después de haber sido comparado por el Ayuntamiento de Madrid en 1974 y ser declarado Bien de Interés Cultural en 1985, se acometió la reconstrucción del laberinto y la recuperación de todo el parque de acuerdo con los planos originales y hoy día se nos muestra en su antiguo esplendor.
Tras esta breve reseña histórica, vamos a dar un paseo por el parque y contemplar sus partes más destacadas.
Una vez traspasada la entrada, con tornos tipo Metro de Madrid colocados ahí para controlar el número de visitantes, accedemos a una glorieta donde se encuentra la entrada original al parque, con la enorme verja coronada por su nombre, estamos en la plaza de toros, llamada así porque se utilizaba para celebrar corridas. Franqueada la entrada accedemos a la zona de los duelistas o de los enfrentados, a nuestra izquierda queda la casa de la vieja, que veremos más tarde. Si caminamos por el paseo, veremos dos columnas con sendas figuras sobre ellas, representan dos personas a punto de batirse en duelo.
A continuación llegamos a otra plaza, la Plaza de los Emperadores, en la que doce emperadores romanos nos contemplan desde todos los puntos; cerrando la plaza a nuestra espalda, está la exedra, una construcción semicircular con una serie de esfinges y una estela de piedra en la que se homenajea, en latín a la creadora del jardín, la duquesa de Osuna.
A continuación empieza la zona de los parterres, jardines de clara inspiración francesa y que vistos de lejos recuerdan una alfombra. A la derecha de los parterres está el laberinto, curioso jardín concebido para el juego y el galanteo, hecho a base de laureles, es una reconstrucción, dado que el original, como hemos dicho más arriba, se perdió al principio de la Guerra Civil. La pena es que no dejan pasar habitualmente y eso nos impidió también ver las fuentes y grutas que hay en esa zona. A continuación del laberinto y también cerrado al público está la zona del jardín y la fuente de las ranas, con unas enormes ranas de bronce en el pilón de la fuente.
Siguiendo por los parterres llegamos a la fuente de los delfines, justo delante del palacio, lo de los delfines es un poco inexacto, las figuras de la parte inferior no son exactamente delfines, más bien grifos, y lo que hay en la parte superior son tres ranas.
El palacio es de estilo neoclásico, no muy ostentoso y, además hoy día es un cascarón vacío, por lo que parece sólo quedan las paredes. En una callecita a su izquierda, encontramos dos accesos con unas pesadas puertas de acero provistas de mirillas sin cristal, es el bunker del que hemos hablado antes, la “Posición Jaca”.
Si tomamos el camino que sube a la izquierda del bunker, podemos ver los respiraderos del mismo y, siguiendo el camino principal, el templete de Baco, construcción circular en la que el dios griego disfruta del paisaje y de una perspectiva bastante buena de la zona del palacio, es, según dicen, una de los puntos más románticos del parque.
Dejamos a Baco y nos dirigimos hacia los respiraderos del búnker deshaciendo parte del camino; una vez vistos, los dejamos a nuestra derecha y ascendemos hasta llegar al abejero, singular edificio en el que las alas se utilizaron como colmena, de hecho se ven unos orificios por los que los insectos entraban y salían. El cuerpo central era la zona de descanso y recreo, estaba separada de los panales por unos cristales y así los visitantes podían ver a las abejas en pleno trabajo. Como curiosidad hay que decir que el abejero da la impresión de edificio sólido y suntuoso, sin embargo nada más lejos de la realidad, los materiales son de baja calidad, el mármol es de pega y lo que hay es mucho yeso pintado… con mucha maestría eso sí.
Si cogemos el camino que sale desde la parte trasera del abejero, entraremos a la rueda de Saturno, plaza circular desde cuyo centro, en lo alto de una columna, Saturno nos saluda mientras se merienda a uno de sus hijos. Al otro extremo de la plaza está un edificio en ruinas, aunque es una ruina “controlada”, la casa se construyó así, es la conocida como Casa del Artillero y quería dar la impresión de haber sido bombardeada desde otra de las sorpresas del parque, la batería o fortín, una reproducción a pequeña escala de un castillo, con su foso y todo.
El foso forma parte de una ría que recorre el parque hasta llegar a un lago donde, en primer término encontramos un puente metálico, uno de los primeros ejemplos de puente metálico que hubo en España, y que cruza la ría. A su izquierda se encuentra la llama Casa de Cañas, se trata del embarcadero, donde se cogían las barcas que permitían recorrer el lago y la ría hasta llegar al salón de baile, del que hablaremos luego. El embarcadero es muy curioso porque la parte dedicada al embarque es cubierta y está decorada imitando la madera y una ventana pintada que representa una vista del propio embarcadero; mirando hacia el lago hay una terraza donde se celebraban cenas en verano. En el centro del lago hay una isla con una cascada artificial presidida por una imagen del Duque de Osuna.
Seguimos el curso de la ría y llegamos a su final donde se encuentra el salón de baile, que se alza sobre un pequeño manantial, donde se puede observar la figura de un jabalí situado bajo un arco mirando hacia el riachuelo y del que se surtía de agua el resto del parque
Desde ahí y atravesando una plaza con árboles rodeados de begonias, iniciamos el camino descendente y nos topamos poco después con la entrada del refugio subterráneo utilizado como polvorín en la Guerra Civil y a continuación nos encontramos la casa de la vieja, una edificación rural, un poco idealizada, todo hay que decirlo y que pretendía reflejar el modo de vida de las clases populares.
Estamos llegando ya al final de nuestro paseo; hay un camino que sale desde el lado derecho de la casa de la vieja según la miramos y que nos lleva a la plaza de los plátanos, una plaza umbría con un pilón, lugar perfecto para un encuentro entre un caballero y su dama en pleno siglo XIX. A continuación seguimos en la misma dirección y nos encontramos con el estanque de los patos, aunque ahí no hay ninguno, están todos en el lago pero es un sito con un encanto especial, con grandes macetas de nenúfares sumergidas y una estatua bastante deteriorada, una vez más adrede para darle el aspecto de cuidadoso abandono de que hace gala en mucho sitios el parque, como corresponde a un buen jardín del siglo XIX.
Y desde ahí bajamos a la plaza de los emperadores para emprender el regreso a casa, justo cuando el parque empieza a llenarse de familias con niños de comunión. Prometo volver en otoño.
Hasta otra.