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lunes, 8 de febrero de 2016

Los Diablos de Luzón





Un aire gélido recorre el pueblo; apenas se ve a nadie por la calle,lógico, es la sobremesa y el tiempo no acompaña para dar un paseo. Sin embargo, numerosos coches aparcados en cualquier rincón de la villa, atestiguan que hoy es un día diferente. A lo lejos se empiezan a ver grupos de gente que, desafiando el frío, caminan hacia un lugar en las afueras de la población. Allí, por alguna grieta, desconocida para los simples mortales, una vez al año, el diablo da suelta a todos sus congéneres, que abandonan su infernal morada y recorren la Tierra aterrorizando a todo el mundo con el sonido de sus cencerros y tiznándoles con el hollín de las hogueras en que se consumen las almas. Es sábado de carnaval, y el sitio donde, cada año tiene lugar tan escalofriante suceso es Luzón, Guadalajara.



Los Diablos de Luzón son una de las tradiciones carnavalescas más antiguas de España; según algunos, hunde sus raíces en los celtas aunque no está muy claro; lo cierto es que no hay documentos que nos puedan situar en el tiempo el origen de tan curiosa celebración, ha ido pasando de generación en generación, sobreviviendo, incluso, en la época de Franco aunque era necesario un permiso especial para poder hacerla. Sin embargo, en los años setenta y ochenta del pasado siglo entró en decadencia aunque en los noventa comenzó a revitalizarse al tiempo que se introducían cambios que han menguado su tradición pero han contribuido a preservarla; así, si antes los diablos eran hombres disfrazados que perseguían a las mujeres, desde hace unos años entre quienes encarnan a los diablos hay mujeres y niños.



En una nave delas afueras, se preparan los diablos para iniciar su recorrido, allí se visten con unas largas sayas de color negro, se tiznan todo el cuerpo con una mezcla de hollín y aceite, que también utilizarán para tiznar a sus víctimas y son ayudados a ponerse unas enormes cornamentas que contribuyen a darles un aspecto verdaderamente infernal junto con un trozo de patata que, a modo, de dentadura postiza complementa tan terrible disfraz; pero eso no es todo, los trabucos y cañones, como se llaman los enormes cencerros que hacen sonar cuando saltan y corren, son los emisarios de los sonidos del infierno.



Y a las cinco de la tarde, mientras el viento sopla helador y las nubes se arraciman en el cielo, los diablos de Luzón hacen su salida e inician su recorrido demoníaco en el que van tiznando a todos los que no vayan disfrazados de “mascaritas”, unos seres vestidos con trajes típicos y con la cara cubierta por un paño blanco con unos agujeros para los ojos, la nariz y la boca; a pesar de estar protegidas por su atuendo y los diablos no pueden tocarlas y menos tiznarlas, van armadas con un disuasorio bastón por si acaso.



El cortejo carnavalesco recorre el pueblo haciendo una primera parada en la plaza del pueblo, donde bailan y hacen sonar sus cencerros mientras tiznan a todos aquellos que se les ponen por delante, aunque al mismo tiempo se muestran siempre dispuestos a posar para los innumerables fotógrafos que han (hemos) invadido Luzón. Al cabo de un rato, se lanzan a recorrer las calles escoltados por los dulzaineros de Sigüenza, que amenizaban con música el recorrido, haciendo varias paradas, junto a una de las iglesias y junto al monumento dedicado a este espectáculo. Hasta desembocar de nuevo en la plaza donde los diablos realizan el ataque final sobre los pocos que quedan ya sin tiznar.





Cae la noche y el frío arrecia, nos refugiamos en el único bar del pueblo a tomarnos un café y charlar sobre el día. Poco después empiezan a entrar los diablos, ya aplacada su furia tiznadora dispuestos a calentarse junto a la estufa mientras los dulzaineros amenizan la noche.


Poco después, le echamos valor y salimos del bar hacia el coche para ponernos en camino mientras la noche se cierra sobre Luzón.