Casi al fondo de la ría de Pontevedra, a medio camino entre los municipios de Poio y Marín, emerge una pequeña isla, cubierta de espesa vegetación y con una forma que recuerda un poco a una ballena varada, se trata de la isla de Tambo, que se divisa prácticamente desde cualquier parte de la ría y sin embargo muy poca gente puede presumir de haber pisado, no en vano desde 1943 es zona militar y, por tanto con acceso restringido. Desde hace unos años, el Ministerio de Defensa ha querido deshacerse de este lugar y entregarlo a la administración civil: Xunta de Galicia, Concello de Poio y Diputación Provincial; sin embargo parece que las cosas no son tan fáciles porque el asunto lleva enquistado desde hace más de diez años y parece que lo que hace falta es voluntad de llegar a un acuerdo entre las partes para llegar a una gestión efectiva de un lugar que encierra historia y potencial turístico a raudales.
Períodicamente se organizan visitas a la isla, previa conformidad de la autoridad militar, que sigue ostentando, aunque a regañadientes, la gestión de la isla. Este año hubo una el pasado 9 de agosto y decidimos acercarnos a ver ese lugar prácticamente desconocido aunque está ahí al lado.
Repasemos un poco la historia de Tambo; su nombre posiblemente viene del latín Tumulus o del griego Tumbos, posiblemente debido a su forma cónica, que recuerda a una tumba. La primera noticia que se tiene en la Edad Media es la fundación monacal del siglo VI, llevada a cabo por San Martin Dumiense, una ermita que sería transformada en monasterio por San Fructuoso en el siglo VII, vinculado al convento benedictino de San Xoán de Poio. Fue aquí donde, según parece el santo realizó el milagro por el que fue canonizado; pasaba temporadas en la isla acompañado por algún discípulo, llegando a descubrir los manantiales, uno de los cuales brota aún en la zona Norte. Según cuentan, la barca que tenían se les alejaba de la orilla y Fructuoso dijo a su discípulo que iba a buscarla; el discípulo le vió ir a recogerla caminando sobre las aguas y así lo proclamó a todo el mundo, lo que hizo que andando el tiempo Fructuoso fuera proclamado santo... claro que quien conozca las mareas en el fondo de la ría sabe que en la bajamar, apenas hay agua entre la isla y Campelo, por lo que es muy posible que, a cierta distancia, pueda darse la impresión de caminar sobre las aguas.
En el Siglo VIII fue retenido como prisionero en este lugar hasta que fue rehabilitado, el obispo Don Opas, embajador de los sarracenos ante Don Pelayo. De una época un poco posterior es otra leyenda piadosa que tiene por protagonista a Santa Trahamunda, patrona de la morriña; esta mujer era novicia en el monasterio de la isla cuando fue secuestrada por los musulmanes durante una incursión y llevada a Córdoba donde fue obligada a entrar en el harén del califa; sin embargo, como se negó a entregar su viginidad, fue encerrada en una mazmorra del palacio; al parecer un 23 de junio once años después, Trahamunda pidió a Dios estar al día siguiente en Poio para la fiesta del patrón; aquella noche se apareció un ángel que le entregó una rama de palma, al cogerla, Trahamunda se esfumó de la celda y apareció, unos dicen que en Poio, otros que en Tambo, el caso es que en el convento se plantó la palma que traía y que vivió hasta 1578. Como podemos ver, la teletransportación no es de Star Trek sino de muchos siglos antes.
El convento de Tambo más tarde se convierte en priorato bajo la advocación de Sta. María de Gracia. Su imagen fue donada por los vecinos de Campelo que celebran una misa en esta capilla el día de San Miguel (25 de Septiembre) y una fiesta en el merendero de los militares, que se encuentra frente a la playa. La capilla fue destruida por el pirata Francis Drake en 1589, que arrasó con el asentamiento benedictino de la isla. La imagen fue arrojada al mar y recogida por los pescadores de Combarro que la escondieron entre sus redes y más tarde construyeron un santuario en el lugar de A Renda, donde todavía hoy se le rinde culto. En el siglo XVIII la capilla fue reconstruida, y dedicada a San Miguel. En la actualidad la asociación de vecincuentra abandonada y en ruinas, sin cubierta y sólo con la espadaña que nos indica su función.
Un poco más allá, está el lazareto, una enorme edificación, también sin cubierta, un mero cascarón ya, al que la exuberante vegetación está a punto de engullir. Los lazaretos eran instalaciones sanitarias donde se aislaban a los marinos y pasajeros que llegaban enfermos a destino. Allí guardaban cuarentena hasta que se consideraba que había pasado el peligro de contagio y se les autorizaba a desembarcar en el continente. Este lazareto tuvo una vida efímera, ya que las protestas de los habitantes de Pontevedra forzaron su cierre en 1879,lo que, de alguna manera, provocó la decadencia delpuerto de Marín, ya que los grandes tráficos se desviaron a San Simón, cuyo lazareto siguió funcionando sin problemas.
La isla fue propiedad de la orden de los benedictinos hasta la Desamortización de Mendizabal, pasando entonces, cuentan que con no muy buenas artes a propiedad de Eugenio Montero Ríos; en los años 40 del pasado siglo, sus descendientes la vendieron al Estado, que se la cedió a la Escuela Naval de Marín, fundada en 1943. La Armada gestionó esta isla hasta que, a principios de este siglo fue cedida al Concello de Poio, aunque sigue gestionada por la Armada en tanto en cuanto se resuelve quién la gestiona y la mantiene.
Esta es, a grandes rasgos, la historia de este cachito de tierra desgajado del continente y anclado en medio de la ría de Pontevedra al que nos dirigimos ese domingo por la mañana, desembarcando en el pequeño muelle de la isla, en no muy buen estado pero válido aún. Nos dirigimos hacia la Praia Area da Illa, dejamos cerca del merendero militar nuestra comida y nos dirigimos a recorrer la isla; pasamos en primer lugar por antiguo puesto de guardia, donde había un retén permanente de ocho soldados; un poco más adelante se encuentran las ruinas de la capilla de la que hemos hablado antes y desde donde arrancó una pequeña visita guiada que nos explicó algunos de los hechos que os hemos relatado antes. A continuación pasamos por el lazareto y pudimos contemplar cómo poco a poco, la naturaleza recupera lo que es suyo y cómo, a pesar de todo, aquellos restos mueren con dignidad; allí una joven nos obsequió con un fragmento al violín de "Negra Sombra", el himno de la saudade, que a cualquier gallego le llena los ojos de lágrimas.
Saliendo del lazareto, en una zona llana aunque, densamente arbolada, como toda la isla, aparece el antiguo polvorín, en el que se proyectaba una película de un artista local; a la izquierda del polvorín se encuentra el único manatial que sobrevive de los cuatro que existían en la isla. Mientras la isla fue zona militar, la Armada decidió repoblar densamente la isla para evitar la observación aérea, por eso hoy día Tambo tiene un cierto aspecto selvático; sin embargo, la repoblación se hizo con eucaliptos por su rápido crecimiento y el eucalipto deseca cualquier manatial y, no sólo eso, el terreno queda baldío, inútil para las labores agrícolas, de ahí que hoy día sólo quede un único manatial que se cuida para evitar que desaparezca también.
Desde ahí nos dirigimos hacia el faro; sí, esta isla tiene embarcadero, playa y faro, que se encuentra en un islote al sur de la isla, dicho islote, al que se puede acceder a pie cuando la marea está baja, cuenta también con un pequeño embarcadero para servicio del faro, que parece una versión en miniatura de la Torre de Hércules; allí entre las rocas, chapoteamos un rato e hicimos unas cuantas fotos antes de volver al chiringuito de la playa para comer.
La comida y sobremesa posterior (en nuestro caso, sobresuelo) estuvo amenizada por un par de grupos de música gallega, uno de los cuales, el de la Escola de Música de Poio, tenía en el tambor a un virtuoso que hacía molinetes con el mazo haciendo gala de gran habilidad. Desde ahí, tras una breve siestecilla, volvimos al polvorín donde se iba a celebrar un concierto de música de la tierra; resultaba curioso escuchar las muiñeiras y la zanfona en la entrada del polvorin como improvisado escenario mientras en un claro un par de mujeres, de la tierra también, bailaban hasta que llegó el momento de entonar el himno de Galicia.
La tarde avanzaba y se acercaba el momento de volver a tomar el barco de vuelta a Combarro, pero antes tuvimos un buen rato para tomar el sol, hasta que la misma sombra de la isla cayó sobre la playa, momento en el que cogimos nuestras cosas y nos dirigimos hacia el embarcadero para regresar "al continente" como se dice por allí.
La luz dorada del atardecer inundaba la ría mientras nos despedíamos de Tambo, espero no tardar otros cuarenta años en volver a visitarla
Períodicamente se organizan visitas a la isla, previa conformidad de la autoridad militar, que sigue ostentando, aunque a regañadientes, la gestión de la isla. Este año hubo una el pasado 9 de agosto y decidimos acercarnos a ver ese lugar prácticamente desconocido aunque está ahí al lado.
Repasemos un poco la historia de Tambo; su nombre posiblemente viene del latín Tumulus o del griego Tumbos, posiblemente debido a su forma cónica, que recuerda a una tumba. La primera noticia que se tiene en la Edad Media es la fundación monacal del siglo VI, llevada a cabo por San Martin Dumiense, una ermita que sería transformada en monasterio por San Fructuoso en el siglo VII, vinculado al convento benedictino de San Xoán de Poio. Fue aquí donde, según parece el santo realizó el milagro por el que fue canonizado; pasaba temporadas en la isla acompañado por algún discípulo, llegando a descubrir los manantiales, uno de los cuales brota aún en la zona Norte. Según cuentan, la barca que tenían se les alejaba de la orilla y Fructuoso dijo a su discípulo que iba a buscarla; el discípulo le vió ir a recogerla caminando sobre las aguas y así lo proclamó a todo el mundo, lo que hizo que andando el tiempo Fructuoso fuera proclamado santo... claro que quien conozca las mareas en el fondo de la ría sabe que en la bajamar, apenas hay agua entre la isla y Campelo, por lo que es muy posible que, a cierta distancia, pueda darse la impresión de caminar sobre las aguas.
En el Siglo VIII fue retenido como prisionero en este lugar hasta que fue rehabilitado, el obispo Don Opas, embajador de los sarracenos ante Don Pelayo. De una época un poco posterior es otra leyenda piadosa que tiene por protagonista a Santa Trahamunda, patrona de la morriña; esta mujer era novicia en el monasterio de la isla cuando fue secuestrada por los musulmanes durante una incursión y llevada a Córdoba donde fue obligada a entrar en el harén del califa; sin embargo, como se negó a entregar su viginidad, fue encerrada en una mazmorra del palacio; al parecer un 23 de junio once años después, Trahamunda pidió a Dios estar al día siguiente en Poio para la fiesta del patrón; aquella noche se apareció un ángel que le entregó una rama de palma, al cogerla, Trahamunda se esfumó de la celda y apareció, unos dicen que en Poio, otros que en Tambo, el caso es que en el convento se plantó la palma que traía y que vivió hasta 1578. Como podemos ver, la teletransportación no es de Star Trek sino de muchos siglos antes.
El convento de Tambo más tarde se convierte en priorato bajo la advocación de Sta. María de Gracia. Su imagen fue donada por los vecinos de Campelo que celebran una misa en esta capilla el día de San Miguel (25 de Septiembre) y una fiesta en el merendero de los militares, que se encuentra frente a la playa. La capilla fue destruida por el pirata Francis Drake en 1589, que arrasó con el asentamiento benedictino de la isla. La imagen fue arrojada al mar y recogida por los pescadores de Combarro que la escondieron entre sus redes y más tarde construyeron un santuario en el lugar de A Renda, donde todavía hoy se le rinde culto. En el siglo XVIII la capilla fue reconstruida, y dedicada a San Miguel. En la actualidad la asociación de vecincuentra abandonada y en ruinas, sin cubierta y sólo con la espadaña que nos indica su función.
Un poco más allá, está el lazareto, una enorme edificación, también sin cubierta, un mero cascarón ya, al que la exuberante vegetación está a punto de engullir. Los lazaretos eran instalaciones sanitarias donde se aislaban a los marinos y pasajeros que llegaban enfermos a destino. Allí guardaban cuarentena hasta que se consideraba que había pasado el peligro de contagio y se les autorizaba a desembarcar en el continente. Este lazareto tuvo una vida efímera, ya que las protestas de los habitantes de Pontevedra forzaron su cierre en 1879,lo que, de alguna manera, provocó la decadencia delpuerto de Marín, ya que los grandes tráficos se desviaron a San Simón, cuyo lazareto siguió funcionando sin problemas.
La isla fue propiedad de la orden de los benedictinos hasta la Desamortización de Mendizabal, pasando entonces, cuentan que con no muy buenas artes a propiedad de Eugenio Montero Ríos; en los años 40 del pasado siglo, sus descendientes la vendieron al Estado, que se la cedió a la Escuela Naval de Marín, fundada en 1943. La Armada gestionó esta isla hasta que, a principios de este siglo fue cedida al Concello de Poio, aunque sigue gestionada por la Armada en tanto en cuanto se resuelve quién la gestiona y la mantiene.
Esta es, a grandes rasgos, la historia de este cachito de tierra desgajado del continente y anclado en medio de la ría de Pontevedra al que nos dirigimos ese domingo por la mañana, desembarcando en el pequeño muelle de la isla, en no muy buen estado pero válido aún. Nos dirigimos hacia la Praia Area da Illa, dejamos cerca del merendero militar nuestra comida y nos dirigimos a recorrer la isla; pasamos en primer lugar por antiguo puesto de guardia, donde había un retén permanente de ocho soldados; un poco más adelante se encuentran las ruinas de la capilla de la que hemos hablado antes y desde donde arrancó una pequeña visita guiada que nos explicó algunos de los hechos que os hemos relatado antes. A continuación pasamos por el lazareto y pudimos contemplar cómo poco a poco, la naturaleza recupera lo que es suyo y cómo, a pesar de todo, aquellos restos mueren con dignidad; allí una joven nos obsequió con un fragmento al violín de "Negra Sombra", el himno de la saudade, que a cualquier gallego le llena los ojos de lágrimas.
Saliendo del lazareto, en una zona llana aunque, densamente arbolada, como toda la isla, aparece el antiguo polvorín, en el que se proyectaba una película de un artista local; a la izquierda del polvorín se encuentra el único manatial que sobrevive de los cuatro que existían en la isla. Mientras la isla fue zona militar, la Armada decidió repoblar densamente la isla para evitar la observación aérea, por eso hoy día Tambo tiene un cierto aspecto selvático; sin embargo, la repoblación se hizo con eucaliptos por su rápido crecimiento y el eucalipto deseca cualquier manatial y, no sólo eso, el terreno queda baldío, inútil para las labores agrícolas, de ahí que hoy día sólo quede un único manatial que se cuida para evitar que desaparezca también.
Desde ahí nos dirigimos hacia el faro; sí, esta isla tiene embarcadero, playa y faro, que se encuentra en un islote al sur de la isla, dicho islote, al que se puede acceder a pie cuando la marea está baja, cuenta también con un pequeño embarcadero para servicio del faro, que parece una versión en miniatura de la Torre de Hércules; allí entre las rocas, chapoteamos un rato e hicimos unas cuantas fotos antes de volver al chiringuito de la playa para comer.
La comida y sobremesa posterior (en nuestro caso, sobresuelo) estuvo amenizada por un par de grupos de música gallega, uno de los cuales, el de la Escola de Música de Poio, tenía en el tambor a un virtuoso que hacía molinetes con el mazo haciendo gala de gran habilidad. Desde ahí, tras una breve siestecilla, volvimos al polvorín donde se iba a celebrar un concierto de música de la tierra; resultaba curioso escuchar las muiñeiras y la zanfona en la entrada del polvorin como improvisado escenario mientras en un claro un par de mujeres, de la tierra también, bailaban hasta que llegó el momento de entonar el himno de Galicia.
La tarde avanzaba y se acercaba el momento de volver a tomar el barco de vuelta a Combarro, pero antes tuvimos un buen rato para tomar el sol, hasta que la misma sombra de la isla cayó sobre la playa, momento en el que cogimos nuestras cosas y nos dirigimos hacia el embarcadero para regresar "al continente" como se dice por allí.
La luz dorada del atardecer inundaba la ría mientras nos despedíamos de Tambo, espero no tardar otros cuarenta años en volver a visitarla