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domingo, 24 de marzo de 2013

Por los abismos del Jarama. En busca de las rocas peludas


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Día lluvioso y desapacible, cielo plomizo y tristón cuando nos encaminábamos de nuevo hacia Guadalajara, otra vez a Tamajón pero esta vez para hacer una ruta tampoco muy conocida y que nos iba a llevar por el curso del Jarama abajo hasta donde el tiempo (cronológico y climatológico) nos permita.
Salimos de Madrid por la A-2 hasta Guadalajara, donde tomamos la CM101 hasta Humanes donde tomamos la CM1004 hasta Tamajón, donde paramos a tomar un café calentito antes de emprender nuestra excursión; tomado eñl café desandamos parte del camino hasta coger la GU188 que nos llevó hasta Retiendas. El pueblo es la mínima expresión de un núcleo habitado así como un claro ejemplo de los pueblos negros de Guadalajara, así llamados porque en su construcción primó la pizarra negra. Lo atravesamos y seguimos la carretera hasta llegar a una curva justo antes de un puente, que cruza un riachuelo para seguir hacia el pantano de El Vado. En dicha curva hay dos cainos cerrados con unas cadenas, allí dejamos el coche y tomamos el camino descendente. la tierra es roja, arcillosa y brilla por la lluvia que ha estado cayendo con insistencia estos días pero ahora parece que se ha dado una tregua aunque el cielo sigue muy encapotado y la humedad se mete hasta los huesos. 
A la entrada del camino un cartel advierte del estado ruinoso de nuestro primer objetivo del día: el monasterio de Bonaval, un cenobio cisterciense abandonado en 1821 durante el trienio liberal y que lleva casi dos siglos muriéndose poco a poco.

Al cabo de unos dos kilómetros y, tras un recodo, hay un desvío a la derecha, tomado el cual podemos contemplar los restos, espectaculares apesar de todo, del viejo monasterio. Una valla lo rodea para impedir el acceso pero está perforada y derribada en algunos sitios, lo que nos permite acercarnos para hacer algunas fotos.
El monasterio no debió tener nunca mucha actividad ni ser demasiado importante; su función primordial fue actuar a modo de residencia de ancianos para los monjes de la orden, que eran conducidos ahí a descansar de su más o menos ajetreada vida y a prepararse a bien morir en un entorno que da nombre al monasterio: Bonaval, el buen valle.
Aún en ruinas,el recinto tiene algo de acogedor y cálido, quizá por su breve tamaño o por estar en un claro del espeso robledal que lo rodea y junto a un cantarín arroyo que desagua un poco más adelante en el Jarama.

Estuvimos un buen rato rondando por las ruinas e incluso llegamos, como dije antes a traspasar la valla para poder hacer las fotos desde más cerca y ahí teneis el resultado; la verdad es que el día también contribuyó a darles un aire más misterioso e incluso siniestro.
Una vez terminada la sesión de fotos, desandamos parte del camino para volver al punto en que nos desviamos para dirigirnos a Bonaval y retomamos el camino que nos llevaría por el retorcido cañón que describe el Jarama en su curso hacia Madrid, tallado en la roca caliza con formas caprichosas y a veces fantasmagóricas.

El camino era en alguno de sus tramos bastante estrecho y estaba en algunos puntos obstaculizado por árboles caídos; en ocasiones colgaba del abismo,al fondo del cual se retorcía el Jarama; aquí y allá las rocas aparecían cubiertas por una gruesa capa de musgo que recordaba una mata de pelo, lo que llevó a bautizarlas como "rocas peludas".
Al cabo de una hora caminando decidimos hacer un alto junto al río para desayunar el contenido de nuestro fiel termo de colacao, acompañado esta vez de unas filloas "descuidadas" como siempre de la cocina la noche anterior. Se agradeció la bebida caliente ya que, aunque no hacía frío excesivo,la humedad era tremenda por estar tan cerca del río y porque la amenaza de lluvia era cada vez mayor y era cuestión de tiempo que nos pusiésemos como sopas.

Una vez repuestas las fuerzas, volvimos al camino, que iba ascendiendo lenta pero continuadamente por la parede del desfiladero hasta que el río quedó muy abajo y el terreno se abrió en una gran meseta desde la que se divisaba a nuestra derecha la carretera que conduce hasta el pantano de El Vado y una cascada lejana pero que llevaba mucha agua a juzgar por el sonido que llegaba hasta nosotros.

Atravesamos esta meseta y el terreno volvió a plegarse sobre sí mismo, si bien no tanto como antes; pasamos junto a olivares abandonados y campos de labor ya baldíos. Pasados éstos, nos encontramos con los restos de un puentecillo que permitía al sndero salvar el cauce de un seco torrente; tuvimos que dar un pequeño rodeoa para salvar el cauce y poder seguir. Un poco más adelante nos cruzamos con la carretera que lleva al pantano de El Vado, desde ese puntos e hace difícil seguir porque la maleza se espesa de tal manera que el camino por la margen izquierda del Jarama se hace imposible; ene se momento,la lluvia que, hasta ese momento se había contenido, comenzó a precipitarse sobre nosotros e hizo desaconsejable continuar con la  excursión, así que comimos deprisa y corriendo en un lugar junto al río y emprendimos el camino de vuelta a pasoligero para huir del aguacero. Llegamos al coche en tiempo record y nos pusimos en camino, primero a Tamajón para tomar un café calentito y luego a Madrid a tomarnos un choclate con churros en Bonilla a la Vista, visita por cirto altamente recomendable.

Hasta la próxima. 








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miércoles, 6 de marzo de 2013

Próxima Estación: Picadas

Primera excursión del año y, quizá por ello elegimos una ruta facilita; una vieja vía de ferrocarril abandonado... bueno, abandonado sin haber sido usado más que el día de la inauguración de uno de los tramos. a mediados de los años 20 se decidió comunicar la Sierra de Gredos con Madrid por medio de un ferrocarril; no era la primera vez que se hacía el intento pero, esta vez, la intención cristalizó en estudios y éstos en proyectos, que a su vez dieron lugar a presupuestos,licitaciones y,por fin, comienzo de las obras. Se trataba de un ferrocarril de vía estrecha que arrancaba en la estación de Villamanta, de la línea de Madrid a Almorox que, a su vez, arrancaba en la estación de Goya, esa desconocida del Monopoly. El caso es que desde Villamanta, el ferrocarril se dirigiría paralelo al Alberche hacia el Valle del Tiétar y, desde ahí hasta la Sierra de Gredos para acabar en Arenas de San Pedro.

Las obras empezaron a buen ritmo y, hacia 1933, estaba hecha prácticamente toda la explanación hasta Casavieja (Ávila) mientras que hasta San Martín de Valdeiglesias se había hecho también casi todas las obras de fábrica: puentes, túneles, viaductos, estaciones... hasta el punto de que se decidió inaugurarlo, a lo que contribuyó,parece ser, la insistencia de la madre de uno de los ingenieros, vecina de San Martín de Valdeiglesias; sea como fuere, se tendió vía entre Pelayos de la Presa y San Martín de Valdeiglesias, se trajo por carretera una locomotora y unos cuantos vagones y, llegado el día, se inauguró la flamante línea y se hizo rodar el tren inaugural con sus coches llenos a rebosar con las autoridades y fuerzas vivas de la comarca. Finalizados los fastos, locomotora y coches volvieron a su origen pero,como si de una maldición se tratara,las obras desde ese momento se ralentizaron hasta llegar a la paralización total, la crisis económica de los años 30 y luego la Guerra Civil truncaron la finalización de este ferrocarril.
Durante la guerra,las instalaciones e infraestructura sufrieron los estragos de la contienda,acabada la cual y, a la vista del estado lamentable de las carreteras y la necesidad de medios de alta capacidad, se decidió acometer la finalización de la línea; sin embargo, el estado ruinoso de la industria y el aislamiento internacional, hicieron que no se pudiera acopiar material suficiente para poner en servicio esta obra y sólo se pudieron reparar los desperfectos producto de los combates.
En los años cincuenta llegó la recuperación económica y se pensó que podría ser el momento de terminar por fin esta especie de Escorial ferroviario pero lo que llegó fue todo lo contrario: la recuperación económica trajo consigo el desarrollo de las carreteras y la renovación del parque automovilístico tanto de turismo como de vehículos industriales; el ferrocarril perdió pasajeros y mercancías a velocidades vertiginosas y no se juzgó oportuno continuar las obras que fueron liquidadas y abandonadas; incluso una persona quedó abandonada en las obras: uno de los guardas, el Sr Régulo,siguió recibiendo con puntualidad prusiana hasta el día de su jubilación su nómina mensual y él, digno heredero de los últimos de Filipinas, continuó con la labor encomendada a pesar de que no había esperanza alguna de reactivación. Aún en los años 70 cuando se construyó la línea a Móstoles, en los cartelones de las obras, se le nombraba como "ferrocarril del Tiétar", eso es moral y lo demás tonterías.
Y esa es la parte histórica de esta excursión, curiosa cuando menos ¿verdad? hoy día la plataforma de la vía se puede utilizar para recorrer algunos de los parajes más singulares del suroeste madrileño.

Lo que hicimos fue dejar el coche en un área de descanso junto al río y muy cerca de uno de los viaductos de la línea. Desde allí tenemos dos opciones; una de ellas era dirigirnos a Pelayos de la Presa y San Martín de Valdeiglesias para acabar en laestación de este último pueblo,loque nos daríala oportunidad de recorrer el tramo por el que discurrió el ferrocarril inaugural. La otra opción, que fue la elegida, era ir en dirección contraria y bordear el Alberche sobre la plataforma ferroviaria hasta llegar al muro del pantano de Picadas. Esta segunda opción era más llamativa desde el punto de vista del paisaje y nos iba a llevar por una amplia pista, prácticamente llana y salpicada de pequeños puentes y viaductos casi a flor de agua y que nos dan idea de la complicación de trazar un ferrocarril por esos parajes, y más en los años 20 y 30 del pasado siglo.

Comenzamos nuestra caminata con el agua remansada cubierta por jirones de niebla pegados a su superficie; el frío de la noche y el solque empezaba a calentar, si bien tímidamente, provocaban el curioso fenómeno. El cielo estaba completamente despejado y hacía frío a la sombra aunque al solo no se estaba nada mal; sólo se oía el viento y los pájaros, hasta que en un recodo pudimos oir el sonido inconfundible de una radio que, desde la otra orilla, nos "amenazaba" el paseo con mensajitos publicitarios y una tertulia política.
Tras quedar perfectamente informados, continuamos nuestro recorrido y, tras pasar varios pequeños puentes que salvan recodos del pantano, que en su día fueron parte del valle, hoy sumergido, llegamos a un gran viaducto que cruza en diagonal a la otra orilla del embalse y nos permite alcanzar una explanada artificial, hecha a base de volcar tierra y materiales sobre uno de los puentes y un recodo del pantano; había allí también un par de casas y un camino que, valle arriba debe comunicar con el pueblo de Navas del Rey, que no está muy lejos. Un poco más allá, una barrera levadiza impide el paso de vahíclos a la plataforma ferroviaria, que se encajjona en una trincera, al tiempo que un cartel nos advierte del peligro de desprendimientos; sin embargo hacemos caso omiso y nos internamos en la breve trinchera que ofrece una sorpresa al final: un corto túnel para vía única y carente de todo revestimiento. Por un momento pensamos en internarnos en él, no debe medir más de 50 metros, pero hay un camino alternativo, que es el que, al final, decidimos seguir por precuación ya que el túnel lleva cerca de 60 años abandonado.
Un poco más adelante aprovechamos un rinconcito a la orilla del pantano para sacar nuestro clásico termo de colacao para desayunar y entrar en calor porque, aunque luce el sol, no lo hace con mucha fuerza, no en vano estábamos a primeros de enero.
Desde ese punto el camino es siempre al sol; poco después nos tropezamos con otro caminante que nos dice que un poco más adelante ha visto águilas y, efectivamente, aparecen dor por allí, enormes, majestuosas y al alcance del zoom; nos tuvieron un buen rato ocupados.
Poco después llegamos ya a las cercanías del muro del pantano de Picadas, donde, junto a un viaducto se sitúa la estación de bombeo que inyecta agua al Canal de Isabel II en caso de necesidad.En un lateral de dichos edificios, y vallado como ellos, se encuentra otro túnel, éste revestido y, aparentemente más largo que el anterior ya que no se ve su salida, aunque puede que se deba a que se encuentra ocupado por una caseta prefabricada.
Nos acercamos al muro y, dejando el vaso del pantano a nuestra espalda, contemplamos el valle que se estrecha y retuerce a nuestros pies; al fondo,cerca del muro, se venlos restos de lo que debieron ser molinos de agua. Intentamos bajar para hacer las fotos desde más cerca pero no es posible; hay un momento en que una maravillosa verja nos impide el paso; así que volvemos sobre nuestros pasos y cruzamos el dique mirando a un lado y otro para contemplar la diferencia entre el valle inundado y su estado original.
Comimos en la otra orilla, en un sitio al solecillo aunque no por mucho rato pero si el suficiente para relajarnos un poco y tomar el resto del colacao antes de emprender el camino de vuelta.

El retorno fue muy agradable también con el sol de altardecer, aunque teníamos que darnos prisa porque la luz baja deprisa y a la sombra empieza a hacer frío; el agua estaba permanentemente en calma, casi como un espejo, acentuado este efecto por lo despejado del día, casi sin nubes y con casi ausencia total de viento. La condensación apenas había desaparecido y ya empezaba a reaparecer en algunos recovecos del embalse. El camino comenzaba a escarcharse en sus zonas más umbrías y contrasta con el pardo de la tierra y el azul del agua.
Al final llegamos al coche a tiempo de ver la luz del atardecer atravesar los ojos del viaducto junto al que habíamos dejado aparcado el coche, en el que nos alejamos del lugar camino de un café calentito. Hasta la próxima excursión.




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