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Día lluvioso y desapacible, cielo plomizo y tristón cuando nos encaminábamos de nuevo hacia Guadalajara, otra vez a Tamajón pero esta vez para hacer una ruta tampoco muy conocida y que nos iba a llevar por el curso del Jarama abajo hasta donde el tiempo (cronológico y climatológico) nos permita.
Salimos de Madrid por la A-2 hasta Guadalajara, donde tomamos la CM101 hasta Humanes donde tomamos la CM1004 hasta Tamajón, donde paramos a tomar un café calentito antes de emprender nuestra excursión; tomado eñl café desandamos parte del camino hasta coger la GU188 que nos llevó hasta Retiendas. El pueblo es la mínima expresión de un núcleo habitado así como un claro ejemplo de los pueblos negros de Guadalajara, así llamados porque en su construcción primó la pizarra negra. Lo atravesamos y seguimos la carretera hasta llegar a una curva justo antes de un puente, que cruza un riachuelo para seguir hacia el pantano de El Vado. En dicha curva hay dos cainos cerrados con unas cadenas, allí dejamos el coche y tomamos el camino descendente. la tierra es roja, arcillosa y brilla por la lluvia que ha estado cayendo con insistencia estos días pero ahora parece que se ha dado una tregua aunque el cielo sigue muy encapotado y la humedad se mete hasta los huesos.
A la entrada del camino un cartel advierte del estado ruinoso de nuestro primer objetivo del día: el monasterio de Bonaval, un cenobio cisterciense abandonado en 1821 durante el trienio liberal y que lleva casi dos siglos muriéndose poco a poco.
Al cabo de unos dos kilómetros y, tras un recodo, hay un desvío a la derecha, tomado el cual podemos contemplar los restos, espectaculares apesar de todo, del viejo monasterio. Una valla lo rodea para impedir el acceso pero está perforada y derribada en algunos sitios, lo que nos permite acercarnos para hacer algunas fotos.
El monasterio no debió tener nunca mucha actividad ni ser demasiado importante; su función primordial fue actuar a modo de residencia de ancianos para los monjes de la orden, que eran conducidos ahí a descansar de su más o menos ajetreada vida y a prepararse a bien morir en un entorno que da nombre al monasterio: Bonaval, el buen valle.
Aún en ruinas,el recinto tiene algo de acogedor y cálido, quizá por su breve tamaño o por estar en un claro del espeso robledal que lo rodea y junto a un cantarín arroyo que desagua un poco más adelante en el Jarama.
Estuvimos un buen rato rondando por las ruinas e incluso llegamos, como dije antes a traspasar la valla para poder hacer las fotos desde más cerca y ahí teneis el resultado; la verdad es que el día también contribuyó a darles un aire más misterioso e incluso siniestro.
Una vez terminada la sesión de fotos, desandamos parte del camino para volver al punto en que nos desviamos para dirigirnos a Bonaval y retomamos el camino que nos llevaría por el retorcido cañón que describe el Jarama en su curso hacia Madrid, tallado en la roca caliza con formas caprichosas y a veces fantasmagóricas.
El camino era en alguno de sus tramos bastante estrecho y estaba en algunos puntos obstaculizado por árboles caídos; en ocasiones colgaba del abismo,al fondo del cual se retorcía el Jarama; aquí y allá las rocas aparecían cubiertas por una gruesa capa de musgo que recordaba una mata de pelo, lo que llevó a bautizarlas como "rocas peludas".
Al cabo de una hora caminando decidimos hacer un alto junto al río para desayunar el contenido de nuestro fiel termo de colacao, acompañado esta vez de unas filloas "descuidadas" como siempre de la cocina la noche anterior. Se agradeció la bebida caliente ya que, aunque no hacía frío excesivo,la humedad era tremenda por estar tan cerca del río y porque la amenaza de lluvia era cada vez mayor y era cuestión de tiempo que nos pusiésemos como sopas.
Una vez repuestas las fuerzas, volvimos al camino, que iba ascendiendo lenta pero continuadamente por la parede del desfiladero hasta que el río quedó muy abajo y el terreno se abrió en una gran meseta desde la que se divisaba a nuestra derecha la carretera que conduce hasta el pantano de El Vado y una cascada lejana pero que llevaba mucha agua a juzgar por el sonido que llegaba hasta nosotros.Atravesamos esta meseta y el terreno volvió a plegarse sobre sí mismo, si bien no tanto como antes; pasamos junto a olivares abandonados y campos de labor ya baldíos. Pasados éstos, nos encontramos con los restos de un puentecillo que permitía al sndero salvar el cauce de un seco torrente; tuvimos que dar un pequeño rodeoa para salvar el cauce y poder seguir. Un poco más adelante nos cruzamos con la carretera que lleva al pantano de El Vado, desde ese puntos e hace difícil seguir porque la maleza se espesa de tal manera que el camino por la margen izquierda del Jarama se hace imposible; ene se momento,la lluvia que, hasta ese momento se había contenido, comenzó a precipitarse sobre nosotros e hizo desaconsejable continuar con la excursión, así que comimos deprisa y corriendo en un lugar junto al río y emprendimos el camino de vuelta a pasoligero para huir del aguacero. Llegamos al coche en tiempo record y nos pusimos en camino, primero a Tamajón para tomar un café calentito y luego a Madrid a tomarnos un choclate con churros en Bonilla a la Vista, visita por cirto altamente recomendable.
Hasta la próxima.
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