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domingo, 8 de diciembre de 2013

A la sombra de los buitres


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El otoño avanza con un tiempo bastante bueno, soleado y no muy frío mientras brilla el sol. Hay que aprovechar antes de que empiecen los rigores de finales de la estación y llegue el invierno, así que salimos, no muy temprano esta vez, con rumbo a las Hoces del Riaza, el otro cañón que abre otra herida en la provincia de Segovia, recorrida por varios de ellos, como el de las Hoces del Duratón, el más famoso sin lugar a dudas.
Hay varios caminos para llegar hasta las Hoces del Riaza, nosotros tomamos la carretera de Burgos, la A1, hasta la salida 115, donde tomamos la carretera SG-V5112, SGV9113 que nos lleva por Bercimuel y Campo de San Pedro hasta el bonito pueblo de Maderuelo, no dejeis de visitarlo si teeris ocasión de pasar cerca; se encuentra en lo alto de una loma dominando el valle del Riaza, contenido por el pantano de Linares, que ostenta ese nombre por el pueblo que sumergió en su seno, y la ondulada llanura castellana. la población estuvo rodeada de murallas de las que quedan restos, sobre todo la espectacular puerta que da acceso a la población,que conserva aún las hojas de madera forradas de metal. La plaza del pueblo conserva el aire de las antiguas plazas castellanas con la picota en el centro, símbolo de autoridad y lugar donde los malhechores sufrían castigo público; al fondo de la plaza está la iglesia parroquial, junto a la que se encuentra una catapulta que se utiliza en la feria medieval que tiene lugar el último domingo de agosto y en la que el momento culminante es el lanzamiento de sandías  con la catapulta al río.

 

Para seguir nuestro camino a las hoces y, tras un agradable café ("relaxing café" que diría alguien) en un mesón llamado El Mirador de Los Templarios, con una espectacular vista al pantano y al puente, contemporáneo del pantano pero que entona muy bien con el entorno, nos pusimos en marcha bordeando el pantano hasta que llegamos a un desvío que nos dirige por la carretera que lleva al pie del muro del embalse hasta una zona de aparcamiento en la que debemos dejar el coche e iniciar nuestro camino andando hasta el fondo de las hoces por donde discurre el río. Desde el mismo momento que abandonamos el coche dos cosas nos llaman la atención, la primera es la misma grandiosidad de las hoces, cruzadas en un punto no muy lejano por la línea ferroviaria Madrid - Burgos,la segunda son las sombras que nos sobrevuelan de forma insistente, los buitres dominan el cielo y recorren toda la zona bien solos bien en bandadas; ahora es uno de los mejores momentos para contemplarlos sin grandes problemas porque, más adelante empieza la época de cría y hay que pedir un permiso para poder acceder a esta zona, que fue una de las primeras zonas de cría protegidas que existieron en España, gracias a Félix Rodríguez de la Fuente que consiguió a mediados de los 70 que esta zona fuera declarada zona protegida donde los buitres,entonces en grave peligro de extinción consiguieran reproducirse sin problemas;el resultado salta a la vista, los enormes pájaros no cesan de pasar por encima de nosotros y tampoco dejan de entrar y salir de sus nidos.

 

 

Tanta contemplación de buitres nos retrasó bastante en nuestra llegada al fondo del cañón, por donde discurre el río,oculto por los árboles y las hojas caídas; algunas construcciones del cercano pantano se levantan semirruinosas junto a un coqueto puente de madera que nos permite cruzar el cauce e iniciar un agaradable paseo cuyo punto de destino serán las ruinas de San Miguel del Casuar, donde descansaríamos un rato antes de emprender el camino de vuelta.
Toda la ruta estuvo inundada por los colores del otoño, los distintos tonos de amarillos y anaranjados destacaban contra el azul intenso del cielo prácticamente despejado. La mitad del camino de ida estuvo marcada por el paso por debajo del viaducto con el que la línea férrea Madrid-Burgos salva las hoces; una obra espectacular para un uso reducido a un par de trenes semanales y un tren lechero desde Aranda de Duero; en total sólo tardaron cerca de 40 años en construir la línea para un uso irrisorio, en fin los designioss de la Renfe son inescrutables.
Seguimos caminando por una zona bastante espesa hasta que poco a poco fue abriendo y llegamos a una pequeña explanada dentro del cañón donde se encuentran las ruinas de San Martín del Casuar; se trata de una pequeña ermita románica en estado muy ruinoso, tanto que se encuentra en la lista de roja de patrimonio en peligro... y ya, no se aprecia que se haya hecho nada con respecto a ella salvo inscribirla en la lista y poner unas vallas para que la gente acceda al interior (lo de interior es un decir porque carece de techo, estás igual de fuera en el interior como en el exterior); la visita merece al pena porque,a pesar de su estado, conserva detalles de lo que fue y su espadaña aún parecen esperar la instalación de unas campanas que llamen a los fieles; resulta curioso imaginar las campanas repicando en ese lugar mientras los buitres sobrevuelan majestuosos toda la zona. Lástima que una multitudinaria excursión llegada desde la otra punta del parque nos estropeó un poco el momento pero hubo suerte porque aunque eran bastante ruidosos, no pararon mucho en el lugar así que pudimos contemplar los alrededores con cierta calma y comer con tranquilidad antes de emprender el camino de vuelta.
 

 

 



El retorno fue con cierta premura porque había unos nubarrones que no auguraban nada bueno pero, por suerte cambiaron de dirección y pudimos llegar hasta el puente de nuevo sin novedad; como teníamos tiempo nos acercamos hasta el muro de la presa de Linares, junto al que se encontraban las viviendas de los trabajadores, hoy abandonadas y junto a ellas una curiosa cabaña que parecía extraída de alguna película del oeste.
 

 

 


El cielo se oscurecía por momentos y los buitres iban retirándose a sus nidos; pero aún nos quedaba algo de tiempo para ver alguna cosa más así que cogimos el coche y tomamos el camino de vuelta hasta un desvío a la izquierda que nos acercó hasta el pueblo de Castillejo de Robledo; el pueblo pertenece ya a la provincia de Soria y forma parte del recorrido de la ruta del Cid; cuenta con las ruinas de un castillo,que merece la pena ver iluminado por la noche como vimos nosotros; la iglesia, por su parte, perteneció a los templarios y aunque no pudimos verla por dentro, tiene todo el aspecto de una iglesia que merece una visita.

 

 


La noche cerraba ya y era hora de dar por terminada nuestra excursión  y ponernos en camino a Madrid a buscar una ducha...y un buen sillón.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Recópolis y alrededores entre tormenta y tormenta


Ver Madrid_Zorita_Canes en un mapa más grande


Excursión otoñal a Guadalajara para recorrer Zorita de los Canes, Almonacid de Zorita y el salto de Bolarque; el día se presentaba inestable y, como veremos tuvo sus consecuencias, tanto fotográficas como en el transcurrir de la excursión.
Debido a una confusión del conductor entre la derecha y la izquierda, no fuimos por la ruta que teníamos pensada en un principio, por la A2 sino que terminamos yendo por la A3 hasta Arganda y de ahí tomamos primero la M300 en dirección a Campo Real - Loeches y Alcalá de Henares para un poco más adelante tomar la M 209 hasta Villar del Olmo, donde tomamos la M204 hasta encontrar el desvío de la M215, que se transforma en la CM236 cuando alcanzamos la provincia de Guadalajara y luego la CM2001 que nos lleva hasta nuestro objetivo; fue un poco lioso pero nos permitió pasar por algunos pueblos de los confines de Madrid y Guadalajara, entre ellos Yebra donde hicimos una breve parada antes de seguir hacia nuestro destino central, Zorita de los Canes.
Una vez en Zorita, primero nos dirigimos a la plaza, que es una zona abierta entre el ayuntamiento y el río, con dos edificios junto a éste cerrándole parcialmente la vista. Como vimos que la oficina de información no estaba abierta, volvimos al coche y desandamos parte del camino para ir a Recópolis; se trata de una ciudad visigoda, construida en una colina y que recibió su nombre en honor a Recaredo, hijo del rey Leovigildo, que fue quien ordenó la construcción. La ciudad se encuentra en fase de excavación; lo más que queda a primera vista es una ruinosa ermita; gran parte del recinto está también a la vista pero sólo hasta una altura que permite ver la distribución de las viviendas y calles pero no hay ninguna casa que se encuentre entera. Desde las ruinas podemos ver el Tajo y el acusado meandro que hace a su paso por Zorita y las nubes que se van arracimando más allá de la llanura y no presagian nada bueno; hacia el Sur y Suroeste se abren los valles que llevan hacia Levante y se extienden en una llanura enmarcada en lejanos montes sobre los que también se ciernen nubes de lluvia.

 

Hicimos un recorrido, partiendo desde el Centro de Interpretación, por el recinto de Recópolis que nos llevó no mucho rato pero sí una buena tacada de fotos porque aunque las dimensiones son reducidas, tiene bastantes cosas interesantes y las  vistas desde la posición dominante en la que se hallan los restos de la ciudad son espectaculares.
Al cabo de un rato volvimos al centro de Interpretación, donde habíamos dejado el coche y, tras un colacao reparador (¡empieza la temporada de Colacao!) porque el día era desapacible, estuvimos pidiendo información en el Centro de Interpretación y allí nos hablaron de la ruta que lleva por el acantilado desde Recópolis hasta el castillo de Zorita, que decidimos hacer, dado que no era muy larga ni trabajosa, dejando el coche en el Centro de Interpretación para hacer el camino de ida y vuelta. El recorrido es altamente recomendable y no presenta ninguna dificultad; las vistas de Recópolis según nos alejamos y del castillo según nos acercamos, son estupendas, por no hablar de las vistas del río y la llanura más allá de éste hasta las colinas que la cierran.
 

 










Las nubes iban oscureciéndose y aquello no auguraba nada bueno,  de hecho, nuestra llegada al castillo coincidió con el comienzo de un chaparrón que trastocó los planes, aunque la cosa no fue nada mal, como veremos. El caso es que tuve que volver a buscar el coche para, en un rápido cambio de planes, dirigirnos a Almonacid de Zorita por la carretera que sale desde el castillo y que nos llevó hasta dicha localidad, pasando por las cercanías de la central nuclear y de su poblado.
De momento no paramos en Almonacid, sino que lo dejamos de lado para seguir hacia el Club Náutico, aunque pueda sonar raro en medio de Guadalajara; sin embargo nos hallamos en una zona donde abundan los pantanos; estamos muy cerca del Salto de Bolarque, donde se ubica el mencionado club, y también tenemos muy cerca los pantanos de Entrepeñas y Buendía, gigantescos embalses nacidos con motivo del trasvase Tajo-Segura. Sin embargo, una vez más cambiamos de planes sobre la marcha, dado que, para llegar a nuestro destino había que subir y bajar la Sierra de Altomira y, al llegar a lo alto, decidimos que merecía la pena parar allí a comer: el lugar estaba bastante alto y nos ofrecía una vista dominante sobre la llanura  circundante; había posibilidad de dar subir un poco más a pie para mejorar la vista y había una especie de aparcamiento y mesas junto a una moderna ermita dedicada a la Virgen de la Luz; así que dejamos nuestro vehículo en el aparcamiento y decidimos hacer una incursión monte arriba hasta poder obtener una buena vista de la comarca y, la verdad, es que no resultamos defraudados dado que podíamos ver todo nuestro recorrido hasta ese momento como si miráramos una maqueta, en el centro de la cual se colocaba la central nuclear. Tras la comida, nos acercamos hasta la ermita, cerrada lógicamente pero que era posible ver desde un ventanuco practicado en la puerta principal y que nos permitió contemplar la imagen de la Virgen, iluminada por un lucernario oculto a nuestra vista.


A continuación bajamos hasta Almonacid de Zorita para tomar café y callejear un poco; se trata de una villa que, fuera de la época estival, no llega a los 1000 habitantes pero que, al llegar la primavera y, sobre todo, el verano, multiplica sus habitantes por las numerosas rutas senderistas y, sobre todo, por la presencia en su término municipal, del Club Náutico, que lo convierte en un lugar único en bastantes kilómetros a la redonda. El resto del año, el pueblo vive mostrando un pasado glorioso y noble; se trataba de una villa importante, con numerosos palacios y conventos; la orden militar de Calatrava, primero, y los jesuitas, después, dejaron una huella indeleble. La antigua ermita de la Luz es una  de la primeras construcciones que llama nuestra atención, hoy es un cascarón vacío y bastante deteriorado pero aún podemos ver na original construcción para lo que estamos acostumbrados a ver como ermita, un potente prisma de piedra que en sus buenos tiempos debió de causar impresión.
 

 


Caminando un poco, nos encontramos con el Casón de los Condes de Saceda, hoy dedicado a centro cultural y mesón, lamentablemente estaba cerrado por las fiestas patronales, lo que nos impidió tomarnos un café en un lugar de tan rancio abolengo. El paseo continuó entre casonas de familias nobles, algunas seguramente ya desaparecidas; otras, venidas a menos, se han deshecho del solar familiar, que hoy luce como casa rural; otras permanecen cerradas a cal y canto, muriéndose poco a poco y otras, por fin, siguen conservando su antiguo esplendor y función.
Terminamos momentáneamente nuestra ronda por Almonacid de Zorita visitando la Torre de Calatrava, una esbelta construcción donde se manifiestan las dos épocas del pasado de la villa: como parte de los dominios de la Orden de Calatrava y luego como villa de realengo cuando las órdenes militares perdieron todo su poder.

Salimos por una serpenteante carretera que nos llevó hasta este venerable embalse, cuya construcción terminó hace ya más de 100 años. El objeto de la obra era obtener la suficiente energía eléctrica para abastecer a Madrid, dado que hasta ese momento, la electricidad se obtenía de pequeñas centrales térmicas que no daban de sí lo suficiente para una ciudad en constante crecimiento y con también crecientes demandas industriales; así que se decidió ubicar en este lugar un salto que proporcionara la suficiente energía eléctrica para abastecer a la capital sin ningún tipo de restricción.
Lo primero que llama la atención al llegar a las inmediaciones del embalse, es el poblado para los trabajadores, pequeños chalets adosados, construidos con la misma piedra rojiza del lugar, formando una calle que nos lleva hasta los edificios de la compañía explotadora del embalse; al parecer hay más chalets al otro lado del río pero el mal tiempo no nos dejó verlos. Todas las construcciones rezuman el estilo modernista, propio de los primeros años del S XX y que contrasta con las brutales construcciones de hormigón que fueron comunes durante la segunda mitas de dicho siglo.
Cruzamos el Tajo por un hermoso puente de acero y mampostería, a la salida del cual, dejamos el coche en un pequeño aparcamiento; a continuación, volvimos a cruzar el puente, esta vez a pie para acercarnos a los edificios de la compañía, entre los que destaca el Museo Eléctrico, aunque lo que nos llamó la atención fue lo que pudimos ver detrás de éstos: las paredes del acantilado que encierra el río, están llenas de hoquedades que han sido valladas para su utilización como depósito de materiales en desuso; las vallas y cancelas son de madera y están hechas en un estilo y con un cuidado que no deja lugar a dudas de que son contemporáneas de la construcción del embalse.
Existe un camino que conduce hasta el muro de la presa y que decidimos seguir para recorrerla. Como hemos dicho, la presa tiene más de 100 años y así lo recuerda una enorme placa fijada en el muro de contención y que es visible desde la distancia; en ella se dice que el Rey Alfonso XIII, “se dignó” (palabras textuales) a inaugurar las instalaciones en el ya lejano 1910. Una vez arriba, podemos ver que el embalse está construido en la confluencia del Tajo y el Guadiela, un poco más arriba se encuentran respectivamente en cada uno de ellos,  el Pantano de Entrepeñas y el de Buendía.
 

 

 

Cuentan las instalaciones con un pequeño embarcadero cubierto en el que sesteaban un par de barcas con motor fuera-borda. El pantano estaba a rebosar, como es lógico tratándose de una presa hidroeléctrica, las compuertas están pintadas de un llamativo color amarillo y tienen aspecto de haber sido remozadas hace poco.
Si miramos río abajo desde el muro, lo primero que nos llama la atención son los deflectores, unos enormes espolones de hormigón cuya misión es desviar el curso del agua cuando se abren las compuertas y que no arrase la orilla derecha. Seguimos caminando por el dique hasta llegar a unas estrechas escaleras que nos permiten descender hasta la base del muro para llegar hasta unas casas abandonadas pero aún en buen estado, en una de ellas figuraba el inquietante rótulo “Caseta de Descontaminación Nuclear”, lo que nos hizo recordar la cercana presencia de la central nuclear, perteneciente a la misma empresa que la central hidroeléctrica.
 No tuvimos mucho más tiempo porque las nubes comenzaban a soltar de nuevo su carga y, tras unas pocas fotos más, salimos de nuevo de vuelta hacia Almonacid de Zorita, donde hicimos una breve escala para ver, el exterior, nada más, del Convento de la Concepción, un bello edificio del S XVII, hoy día lamentablemente abandonado y cerrado a cal y canto, aunque pudimos ver un poco su polvoriento interior por una de las mirillas de la puerta principal.
 


Nuestro recorrido nos llevó de nuevo a Zorita de los Canes a visitar el castillo, a ver si teníamos más suerte que en el intento anterior, como así fue; la lluvia nos dio un respiro e incluso hubo momentos en los que brillaba el sol así que pudimos realizar la visita con calma y recrearnos en las espectaculares vistas de este castillo que, como todo en la zona, perteneció durante siglos a la orden militar de Calatrava aunque su origen es musulmán, los cuales los usaron como punto avanzado contra los cristianos, como después éstos lo utilizaron contra los primeros; durante siglos montó guardia en una comarca estratégica y cuando, aquel valor estratégico dejó de existir y cuando las órdenes militares dejaron de tener influencia, el castillo comenzó su decadencia y fue deteriorándose poco a poco hasta llegar a lo que es hoy, que da la impresión de estar deshaciéndose poco a poco, como derritiéndose en el tiempo.
 

 

 


Las nubes comenzaban a arracimarse de nuevo, poco a poco y no presagiaban nada bueno así que volvimos al coche para poner rumbo a casa mientras la tormenta volvía a descargar con furia sobre nosotros.









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