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miércoles, 21 de septiembre de 2011

La peña del Arcipreste, Matalasfuentes y la Sevillana


 

El recorrido que hicimos el  17 de septiembre fue un recorrido con connotaciones histórico-literarias; recorrimos el puerto de Tablada, por donde el Arcipreste de Hita tuvo un no muy afortunado encuentro amoroso con una serrana de la zona, y luego recorrimos los restos de lo que fue el frente de la sierra durante la guerra civil.

Salimos de Tres Cantos a las ocho de la mañana y  tres cuartos de hora más tarde estábamos en el Alto del León; dejamos el coche en el aparcamiento junto al asador y bajamos por la carretera hasta encontrar a la izquierda un camino forestal que no tiene pérdida porque lo marca una enorme roca; desde ahí, tras cruzar un paso canadiense se inicia la ruta que va descendiendo suavemente; si no hay mucha gente y es temprano, es posible cruzarse con algún corzo despistado, como fue nuestro caso, que pudimos ver dos corriendo raudos por lo que pudiéramos hacerles.

A unos 200 metros del inicio del camino, nos encontramos un mojón de piedra que nos indica el desvío hacia la Peña del Arcipreste de Hita así como las distancia (800metros) y la declaración de Monumento Natural en el año 1930, con motivos del sexto centenario de la terminación del Libro de Buen Amor, hablar de publicación en aquella época es un poco prematuro. Desde el mojón hay que desviarse a la izquierda de la pista forestal y comenzar una subida algo más trabajosa, aunque siempre entre sombra, hasta llegar a una fuentecilla, no muy agraciada y que no siempre tiene agua, de hecho, la han bautizado como Fuente de Aldara, que era como se llamaba la aguerrida serrana que hizo probar sus encantos al Arcipreste de Hita. La ruta desde el mojón está muy bien señalizada ya sea por flechas grabadas en placas de piedra, ya sea por hitos formados por pequeños montones de piedras.

Desde la fuente de Aldara, el arbolado va desapareciendo hasta llegar al tramo final de esta primera etapa, que es la Peña del Arcipreste de Hita; siguiendo las flechas e hitos llegamos a unos peñascos en los que destacan, por un lado la inscripción en la que se reproduce el encuentro de Juan Ruiz con la serrana una lejana madrugada de 1629 y otra inscripción que conmemora el sexto centenario del Libro de Buen Amor; como curiosidad, decir que junto a esta última inscripción se encuentra un cofre que contiene varios ejemplares del Libro, que estuvimos hojeando un rato, antes de encaramarnos a las rocas para disfrutar del paisaje.

Abriendo el cofre del tesoro

Cerca La Tablada
La sierra pasada...

Álvaro junto a la cita del Libro de Buen Amor
desde dentro de un bunker
en Matalasfuentes

vista desde Matalasfuentes
A continuación reanudamos la marcha, tras cruzar una oxidada alambrada de espino, en dirección a un cerro aparentemente cercano, Matalasfuentes; se trata de la cumbre más alta de los alrededores y paso obligado en el camino a la Peñota; la subida no es muy trabajosa a pesar de que hay que subir bastante, pero el camino está muy señalizado y fuimos ascendiendo en sucesivos zig-zag hasta llegar a la cima del cerro, desde el que se contempla hacia norte una vista imponente de la garganta del río Moros, de los bosques cercanos a El Espinar y de la inmensa llanura hacia Segovia quedando la mole de La Peñota a nuestra derecha; si nos giramos podremos ver la carretera de La Coruña que serpentea a nuestro encuentro separándose de la autopista y encaramándose por la falda del Alto del León, varios pantanos, entre los que destaca el de Valmayor, también podemos ver las numerosas urbanizaciones y pueblos de la sierra madrileña, que se van sucediendo hasta llegar a las inmediaciones de Madrid, que se adivina hacia el sureste. Recorrimos la cima del cerro, visitando algunos restos de las fortificaciones que quedaron allí tras la Guerra Civil, algunas con vistas espectaculares sobre ambas vertientes de la sierra y alguna con signos, evidentes aún, de haber sufrido un impacto artillero.                                  

Al cabo de un rato decidimos iniciar el descenso desandando lo andado hasta la Peña del Arcipreste, donde, en lugar de seguir el camino de ida, continuamos por el sendero que desciende paralelo a la  alambrada que atraviesa una zona de monte bajo con pocas sombras, ya que parece que casi todos los árboles están en el lado izquierdo de la valla. Llegamos al final de la bajada y antes de empezar una pequeña subida que nos va llevar hasta La Sevillana, paramos a  reponer fuerzas, aunque la verdad es que no estamos muy cansados; los enormes pinos proporcionan mucha sombra y corre un vientecillo muy agradable mientras charlamos sentados en el techo de una de las primeras fortificaciones que nos encontraremos, un búnker colgado en un peñasco y rodeado de trincheras y pozos de tirador; a lo lejos podemos ver el cerro Matalasfuentes, la verdad es que hemos caminado bastante más de lo que creemos porque el cerro aparece bastante lejano.
Matalasfuentes desde la base de La Sevillana

Reemprendemos el camino siguiendo la línea de trincheras hasta llegar a la cima de La Sevillana donde nos espera un bunker muy bien camuflado con piedras, con una curiosa entrada en descenso, y un bunker de modelo más acorde con las películas bélicas al uso; subidos a su techo pudimos observar una magnífica vista, más a ras de suelo de toda la zona que vimos antes desde Matalasfuentes.



Bunker camuflado en La Sevillana
Desde ahí, bajamos al Alto del León pasando junto a los restos de un refugio blindado, cruzamos la carretera y seguimos un trecho por la pista que lleva a Peguerinos. Llegamos hasta tener a la vista la Loma del Requeté con su cruz derribada y ahí decidimos volvernos y dejar ese recorrido para otra ocasión, en la que iremos hasta Cabeza Líjar.



Bunker en la cumbre de La Sevillana


Volvimos a Tres Cantos cansados y satisfechos, con la sensación de haber disfrutado de una magnífica mañana de sábado pateando monte.

Hasta la próxima.

El mismo sitio de la foto anterior pero con cables y sin magia

Pino seco cerca de la Fuente de Aldara

Leyendo en la Piedra, al fondo La Peñota

viernes, 26 de agosto de 2011

Mañana de sábado en La Bola del Mundo y el Ventisquero de La Condesa

El pasado 20 de agosto, Álvaro mi hijo mayor y yo decidimos subir hasta la Bola del Mundo... a pie, así que salimos de Tres Cantos a las ocho de la mañana más o menos y estábamos en el aparcamiento de Las Dos Castillas apenas media hora más tarde; desde ahí nos dirigimos al telesilla pero no para cogerlo, no penseis mal, además a esas horas aún está cerrado.
Aunque ya es de día, el sol aún no ilumina la ladera de ascenso y hace fresquillo, cosa que se agradece después de venir de los rigores calurosos de Madrid y alrededores aunque hay momentos en los que desearíamos haber subido una chaquetilla o similar.

Vista del valle desde
la subida a Guarramillas
La subida es bastante empinada al principio y luego se suaviza bastante para volver a empinarse en el tramo final cuando nos acercamos al final del telesilla con un par de curvas bastante complicadillas, no tanto para los que subimos andando como para los que suben en bici, que los hay pero aún no han empezado a subir.
Una vista de las antenas desde
la terminal del telesilla
El caso es que ya casi estamos arriba en apenas media hora, llegamos al final del telesilla y aún nos queda un último tramo hasta las antenas de TV, delante de nosotros camina una pareja que ha subido a buen ritmo... aunque necesitaron un atajo para despegarse de nosotros, pero desaparecieron rápidamente camino de la Cuerda Larga.
El caso es que nosotros coronamos poco después la cima y la verdad es que no estábamos muy cansados, lo que dice bastante de nuestra forma física, bueno más de la mía no es por nada porque Álvaro tiene 27 años menos y es más lógico que no  vaya con la lengua fuera.
Nuestro amigo el halcón
Al llegar arriba, rodeamos el recinto de las antenas por la derecha y pudimos ver la cima de La Maliciosa y una primera vista del Ventisquero de La Condesa, el viento bate con fuerza, hasta el punto de que en algunos sitios hay que caminar semiagachado.
Nada más llegar arriba, nos hicimos un nuevo amigo, un halcón que no dejó de revolotear por nuestras cercanías hasta que empezamos a bajar de nuevo.


Álvaro en lo alto del ventisquero
con el Manzanares al fondo

El Ventisquero de la Condesa
La vista del ventisquero es impresionante, desde la vertiente norte se tiene una vista estupenda del pantano de Santillana con su islita en el centro, y podemos ver también el cauce inicial del Manzanares, que nace precisamente aquí. La razón del nombre es porque este ventisquero fue propiedad  de la Condesa del Real de Manzanares, también Marquesa de Santillana; los ventisqueros eran, y son, neveros donde se acumula la nieve en invierno no sólo la caída sino también la arrastrada por las tormentas y los vientos. Hasta que empezó a fabricarse hielo de forma industrial, tener un nevero o un ventisquero en propiedad o tener su derecho de explotación era muy buen negocio, la nieve se bajaba a los pueblos y a Madrid en carros tirados por mulas y muy bien aislada la carga mediante abundante paja y luego se utilizaba para refrescar bebidas y mantener frescos algunos alimentos. Este ventisquero presenta, además la característica de tener un murete de piedras para poder acumular más nieve.
Pozo de nieve bajo el que brota una
 de las fuentes del Manzanares... como las del Nilo

Decidimos bajar hasta la caseta que se ve en la foto, que supongo que será un pozo de nieve, donde solía guardarse una especie de reserva de nieve para los meses de más calor. Por no dar la vuelta hasta el camino, bajamos por la ruta más corta con cierto peligro para nuestra integridad física pero llegamos al final, saltamos el murete y nos acercamos a la caseta, bajo la cual brota el Manzanares, que si ya de por sí es aprendiz de río, aquí no llega ni al jardín de infancia. Allí estuvimos un rato viendo como un chorrito de nada surgía de las entrañas de la tierra y se deslizaba ladera abajo camino del fondo del valle mientras iba creciendo poco a poco  hasta llegar a ser un pequeño arroyuelo y continuar camino hasta el Jarama, en el cual rinde su viaje este pequeño y entrañable río.
Después de un ratito volvemos hacia Guarramillas y nos damos cuenta que para llegar a la caseta hemos bajado bastante porque la subida es pronunciada; el sendero lleva hasta Guarramillas dejando a la izquierda La Maliciosa, que ya visitaremos otro día porque es otro tramo que merece la pena.
Mirando hacia La Maliciosa
Cuando llegamos de nuevo a la Bola, nuestro amigo el halcón vuelve a hacernos una visita y tenemos ocasión de verle bastante de cerca, difrutamos de sus evoluciones mientras nos tomamos la fruta que llevábamos en la mochila y nos damos cuenta que hay bastante gente pululando por allí, lo que significa que el telesilla ya está en funcionamiento.
Nos damos un paseo por la cumbre y nos acercamos a lavertiente norte, desde donde podemos ver las Siete Revueltas, la carretera que lleva a Cotos así como el trazado del tren y, allá a lo lejos El Espinar, San Rafael y la llanura segoviana. Aprovechamos para hacer unas cuantas fotos más antes de empezar a bajar, cosa que nos da una cierta pereza pero bueno, no vamos a quedarnos allí todo el día.

Hacia Cotos
Empezamos a bajar no muy deprisa y, al llegar a la terminal del telesilla hicimos un alto para contemplar la vista desde un mirador que hay justo detrás de los edificios del remonte y del bar, porque ahí, a 2100 metros de altura hay un bareto señores, lástima que estuviese cerrado porque hacer un desacnsito y sentarse a su puerta viendo La Maliciosa no tiene precio.
Seguimos bajando ya sin hacer otro descanso y nos vamos cruzando por el camino con bastante gente que sube, aunque empieza ya a apretar el calor, sobre todo ciclistas que suben resoplando las duras pendientes y revueltas del camino de cemento. Y así llegamos al punto de partida, bastante cansados pero muy satisfechos de haber estado a 2.265 metros de altura sobre el nivel del mar en Alicante.
Otro día, más y espero que aún mejor



Mirando hacia Valdesqúí y la Cuerda Larga

El embalse de Santillana al fondo





Vista de Navacerrada en el descenso desde el Guarramillas


Un despreocupado descendiente de Rocinante

A la sombra de la antena...


jueves, 19 de mayo de 2011

El Capricho


Mañanita de domingo, día de San Isidro; la excursión de hoy es de lo más asequible, se trata de una excursión urbana al Parque de El Capricho, en la Alameda de Osuna, una pequeña joya casi desconocida para todo aquel que no tenga un cierto conocimiento de lugares curiosos de Madrid.

Está situado en el Noreste de Madrid, cerca del aeropuerto de Barajas y del parque Juan Carlos I, el que le separa la avenida de Logroño, bastante lejos, por tanto del centro de la ciudad; aunque está bastante bien comunicado tanto por metro (Línea 5, estación El Capricho) como en autobús (101, 105 y 151); ir en vehículo privado no presenta dificultades porque se puede aparcar cerca sin grandes problemas. Ojo, no dejan meter comida ni balones ni bicis, así que, si vais con niños no os molestéis en llevar nada de eso.



El jardín fue mandado construir por María Josefa Pimentel, Duquesa consorte de Osuna, una de las principales damas de la Corte en la época y mecenas de varios artistas. El proyecto se inició en 1784 y finalizó en 1839 cinco años después de la muerte de la Duquesa. La idea era crear un jardín de recreo, por eso está salpicado de sorpresas y lugares llamativos. La duquesa ordenó construir estanques y canales, fuentes y albercas que inundan todo el parque con el alegre sonido del agua. Hizo plantar además, su flor favorita, la lila.

Durante la invasión francesa de 1808, el recinto se utilizó por el ejército francés como acuartelamiento para sus tropas. Tras la retirada del ejército francés, el lugar volvió a manos de la duquesa, quien llevó a cabo una reforma y reacondicionamiento del mismo. Se repoblaron arbustos, y se construyó el casino de baile, obra de Martín López Aguado. Seguramente fue en esa época cuando el parque adquirió el aire romántico que le caracteriza actualmente.
En 1834, tras la muerte de la Duquesa de Osuna, la propiedad del recinto pasó a manos de su nieto, quien encarga, también a López Aguado nuevas construcciones, como le exedra en la Plaza de los Emperadores, dedicada a su abuela. Tras la muerte de Pedro Alcántara en 1844, la propiedad pasa a su hermano, con quien comienza la decadencia del recinto, que es víctima de un progresivo abandono a lo largo de las décadas siguientes.
Durante la República fue declarado Jardín Histórico, aunque eso no significó que tuviera una conservación digna. Durante la Guerra Civil, se construyó en el Jardín un refugio antiaéreo subterráneo, en los que se encontraba el Estado Mayor del Ejército del Centro, mandado por el general Miaja, la posición Jaca, cuyos respiraderos emergen en el camino desde el palacio al abejero; al parecer fue aquí donde se firmó la rendición de Madrid y, por tanto, donde acabó la guerra; también existe otro refugio que, al parecer fue usado como polvorín. Es de notar que al inicio de la contienda, un avión proveniente del cercano aeródromo de Barajas se estrelló en el laberinto provocándole muy graves daños; el laberinto termina por desaparecer poco después, cuando se utilizó como zona de acampada de un destacamento del Ejército Republicano; sólo en los años 90 del siglo XX, después de haber sido comparado por el Ayuntamiento de Madrid en 1974 y ser declarado Bien de Interés Cultural en 1985, se acometió la reconstrucción del laberinto y la recuperación de todo el parque de acuerdo con los planos originales y hoy día se nos muestra en su antiguo esplendor.
Tras esta breve reseña histórica, vamos  a dar un paseo por el parque y contemplar sus partes más destacadas.
Una vez traspasada la entrada, con tornos tipo Metro de Madrid colocados ahí para controlar el número de visitantes, accedemos a una glorieta donde se encuentra la entrada original al parque, con la enorme verja coronada por su nombre, estamos en la plaza de toros, llamada así porque se utilizaba para celebrar corridas. Franqueada la entrada accedemos a la zona de los duelistas o de los enfrentados, a nuestra izquierda queda la casa de la vieja, que veremos más tarde. Si caminamos por el paseo, veremos dos columnas con sendas figuras sobre ellas, representan dos personas a punto de batirse en duelo.

Un duelista


El otro
A continuación llegamos a otra plaza, la Plaza de los Emperadores, en la que doce emperadores romanos nos contemplan desde todos los puntos; cerrando la plaza a nuestra espalda, está la exedra, una construcción semicircular  con una serie de esfinges y una estela de piedra en la que se homenajea, en latín a la creadora del jardín, la duquesa de Osuna.

Exedra en la plaza de los emperadores
A continuación empieza la zona de los parterres, jardines de clara inspiración francesa y que vistos de lejos recuerdan una alfombra. A la derecha de los parterres está el laberinto, curioso jardín concebido para el juego y el galanteo, hecho a base de laureles, es una reconstrucción, dado que el original, como hemos dicho más arriba, se perdió al principio de la Guerra Civil. La pena es que no dejan pasar habitualmente y eso nos impidió también ver las fuentes y grutas que hay en esa zona. A continuación del laberinto y también cerrado al público está la zona del jardín y la fuente de las ranas, con unas enormes ranas de bronce en el pilón de la fuente.
 
Parterre













 
Laberinto

Siguiendo por los parterres llegamos a la fuente de los delfines, justo delante del palacio, lo de los delfines es un poco inexacto, las figuras de la parte inferior no son exactamente delfines, más bien grifos, y lo que hay en la parte superior son tres ranas.


Fuente de las ranas

El palacio es de estilo neoclásico, no muy ostentoso y, además hoy día es un cascarón vacío, por lo que parece sólo quedan las paredes. En una callecita a su izquierda, encontramos dos accesos con unas pesadas puertas de acero provistas de mirillas sin cristal, es el bunker del que hemos hablado antes, la “Posición Jaca”.

Vista del Palacio














Si tomamos el camino que sube a la izquierda del bunker, podemos ver los respiraderos del mismo y, siguiendo el camino principal, el templete de Baco, construcción circular en la que el dios griego disfruta del paisaje y de una perspectiva bastante buena de la zona del palacio, es, según dicen, una de los puntos más románticos del parque.
 
El búnker















Dejamos a Baco y nos dirigimos hacia los respiraderos del búnker deshaciendo parte del camino; una vez vistos, los dejamos a nuestra derecha y ascendemos hasta llegar al abejero, singular edificio en el que las alas se utilizaron como colmena, de hecho se ven unos orificios por los que los insectos entraban y salían. El cuerpo central era la zona de descanso y recreo, estaba separada de los panales por unos cristales y así los visitantes podían ver a las abejas en pleno trabajo. Como curiosidad hay que decir que el abejero da la impresión de edificio sólido y suntuoso, sin embargo nada más lejos de la realidad, los materiales son de baja calidad, el mármol es de pega y lo que hay es mucho yeso pintado… con mucha maestría eso sí.

Chimeneas de ventilación
 


















El abejero

Si cogemos el camino que sale desde la parte trasera del abejero, entraremos a la rueda de Saturno, plaza circular desde cuyo centro, en lo alto de una columna, Saturno nos saluda mientras se merienda a uno de sus hijos. Al otro extremo de la plaza está un edificio en ruinas, aunque es una ruina “controlada”, la casa se construyó así, es la conocida como Casa del Artillero y quería dar la impresión de haber sido bombardeada desde otra de las sorpresas del parque, la batería o fortín, una reproducción a pequeña escala de un castillo, con su foso y todo.
 
El baluarte

  
La casa del artillero II





El foso forma parte de una ría que recorre el parque hasta llegar a un lago donde, en primer término encontramos un puente metálico, uno de los primeros ejemplos de puente metálico que hubo en España, y que cruza la ría. A su izquierda se encuentra la llama Casa de Cañas, se trata del embarcadero, donde se cogían las barcas que permitían recorrer el lago y la ría hasta llegar al salón de baile, del que hablaremos luego. El embarcadero es muy curioso porque la parte dedicada al embarque es cubierta y está decorada imitando la madera y una ventana pintada que representa una vista del propio embarcadero; mirando hacia el lago hay una terraza donde se celebraban cenas en verano. En el centro del lago hay una isla con una cascada artificial presidida por una imagen del Duque de Osuna.
Casa de Cañas

Fuente de la isla
 Seguimos el curso de la ría y llegamos a su final donde se encuentra el salón de baile, que se alza sobre un pequeño manantial, donde se puede observar la figura de un jabalí situado bajo un arco mirando hacia el riachuelo y del que se surtía de agua el resto del parque

Pabellón de Baile

Desde ahí y atravesando una plaza con árboles rodeados de begonias, iniciamos el camino descendente y nos topamos poco después con la entrada del refugio subterráneo utilizado como polvorín en la Guerra Civil y a continuación nos encontramos la casa de la vieja, una edificación rural, un poco idealizada, todo hay que decirlo y que pretendía reflejar el modo de vida de las clases populares.

Begonias

Polvorín

Casa de la vieja

Estamos llegando ya al final de nuestro paseo; hay un camino que sale desde el lado derecho de la casa de la vieja según la miramos y que nos lleva a la plaza de los plátanos, una plaza umbría con un pilón, lugar perfecto para un encuentro entre un caballero y su dama en pleno siglo XIX. A continuación seguimos en la misma dirección y nos encontramos con el estanque de los patos, aunque ahí no hay ninguno, están todos en el lago pero es un sito con un encanto especial, con grandes macetas de nenúfares sumergidas  y una estatua bastante deteriorada, una vez más adrede para darle el aspecto de cuidadoso abandono de que hace gala en mucho sitios el parque, como corresponde a un buen jardín del siglo XIX.

Plaza de los plátanos 

Estanque de los patos












Fuente de los delfines (detalle)


Y desde ahí bajamos a la plaza de los emperadores para emprender el regreso a casa, justo cuando el parque empieza a llenarse de familias con niños de comunión. Prometo volver en otoño.

Hasta otra.


Plaza de los Emperadores



Estanque