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sábado, 29 de octubre de 2016

Restos del Medievo

La excursión que vamos a relatar tuvo lugar a primeros de septiembre, en que fuimos a recorrer  la zona cercana a La Puebla de Montalbán, en Toledo; estuvimos en dos lugares en los que aún a pesar de los siglos transcurridos se puede sentir la presencia de aquellos que vivieron e hicieron historia en aquellos lugares.
Para llegar a La Puebla de Montalbán tomaremos desde Madrid la A-5 hasta Maqueda, donde nos desviaremos a la A-40 hasta Torrijos, donde tomaremos la CM-4009 que nos dejará en La Puebla de Montalbán.

Toda la zona rezuma historia de España. En La Puebla de Montalbán nació y vivió el Bachiller Fernando de Rojas, quien, como él mismo dice en los acrósticos que abren la obra, terminó la comedia de Calixto y Melibea, La Celestina:

El silencio escuda y suele encubrir
Las faltas de ingenio e las torpes lenguas;
Blasón que es contrario publica sus menguas
Al que mucho habla sin mucho sentir.
Como la hormiga que deja de ir
Holgando por tierra con la provisión,
Jactóse con alas de su perdición:
Lleváronla en alto, no sabe dónde ir.
PROSIGUE
El aire gozando, ajeno y extraño,
Rapiña es ya hecha de aves que vuelan;
Fuertes más que ella por cebo la llevan:
En las nuevas alas estaba su daño.
Razón es que aplique a mi pluma este engaño,
No disimulando con los que arguyen;
Así que a mí mismo mis alas destruyen,
Nublosas e flacas, nacidas de hogaño.
PROSIGUE
Donde ésta gozar pensaba volando,
O yo aquí escribiendo cobrar más honor,
De lo uno y lo otro nació disfavor:
Ella es comida y a mí están cortando
Reproches, revistas e tachas. Callando
Obstara los daños de envidia e murmuros;
Y así navegando, los puertos seguros
Atrás quedan todos ya, cuanto más ando.
PROSIGUE
Si bien discernís mi limpio motivo,
A cuál se endereza de aquestos extremos,
Con cuál participa, quién rige sus remos:
Amor apacible o desamor esquivo,
Buscad bien el fin de aquesto que escribo,
O del principio leed su argumento.
Leedlo y veréis que, aunque dulce cuento,
Amantes, que os muestra salir de cautivo.
COMPARACIÓN
Como el doliente que píldora amarga
O huye o recela o no puede tragar,
Métenla dentro de dulce manjar:
Engáñase el gusto, la salud se alarga.
Desta manera mi pluma se embarga
Imponiendo dichos lascivos, rientes,
Atrae los oídos de penadas gentes:
De grado escarmientan y arrojan su carga.
VUELVE A SU PROPÓSITO
Este mi deseo cargado de antojos
Compuso tal fin que el principio desata;
Acordó de dorar con oro de lata
Lo más fino oro que vio con sus ojos
Y encima de rosas sembrar mil abrojos.
Suplico pues suplan, discretos, mi falta;
Teman groseros y en obra tan alta
O vean y callen, o no den enojos.
PROSIGUE DANDO RAZONES
POR QUE SE MOVIÓ A ACABAR ESTA OBRA
Yo vi en Salamanca la obra presente.
Movíme acabarla por estas razones:
Es la primera que estó en vacaciones;
La otra que oí su inventor ser sciente.
Y es la final, ver ya la más gente
Vuelta e mezclada en vicios de amor.
Estos amantes les pondrán temor
A fiar de alcahueta, ni de mal sirviente.
Y así que esta obra, a mi flaco entender,
Fue tanto breve cuanto muy sutil,
Vi que portaba sentencias dos mil:
En forro de gracias, labor de placer.
No hizo Dédalo en su oficio e saber
Alguna más prima entretalladura,
Si fin diera en esta su propia escritura,
Corta, un gran hombre y de mucho valer.
Jamás no vi sino en terenciana,
Después que me acuerdo, ni nadie la vido,
Obra de estilo tan alto y subido
En lengua común vulgar castellana.
No tiene sentencia de donde no mana
Loable a su autor y eterna memoria,
Al cual Jesucristo reciba en su gloria
Por su pasión santa, que a todos nos sana.
AMONESTA A LOS QUE AMAN QUE SIRVAN A DIOS Y DEJEN LAS MALAS COGITACIONES E VICIOS DE AMOR
Vosotros que amáis, tomad este ejemplo,
Este fino arnés con que os defendáis;
Volved ya las riendas, porque no os perdáis;
Load siempre a Dios visitando su templo;
Andad sobre aviso, no seáis de ejemplo
De muertos y vivos y propios culpados.
Estando en el mundo yacéis sepultados;
Muy gran dolor siento cuando esto contemplo.
FIN
Olvidemos los vicios que así nos prendieron,
No confiemos en vana esperanza;
Temamos Aquel que espinas y lanza,
Azotes y clavos su sangre vertieron;
La su santa faz herida escupieron,
Vinagre con hiel fue su potación,30
A cada santo lado consintió un ladrón.
Nos lleve, le ruego, con los que creyeron.
Es largo pero no me he resistido a ponerlo. Siempre me han gustado los juegos de palabras. Pero no habíamos ido hasta allí por el insigne Bachiller, al menos esta vez no. Nuestro objetivo estaba a mitad de camino desde La Puebla de Montalbán a San Martín de Montalbán, allí equidistantes a derecha e izquierda de la CM4009, por la que proseguiremos, se encuentran la ermita de Santa María de Melque y el castillo de Montalbán, dos retazos de medievo que nos trasladan a otra época diametralmente opuesta a nuestra vida actual.

Elegimos primero acercarnos a la ermita de Santa María de Melque,una joya cuyos orígenes se remontan al SVII, antes de la invasión musulmana; fue parte de un gran monasterio y, tras la llegada de los árabes, se transformó en una comunidad mozárabe y más tarde en una villa musulmana, que utilizó la ermita como fortaleza, lo que se aprecia en los restos de la torre que corona el crucero. Cuando Alfonso VI tomó Toledo, la iglesia recuperó su función original aunque siguió conservando su papel defensivo merced a una muralla de la que se conservan algunos restos; también se conservan restos de viviendas, que estuvieron habitadas hasta la Desamortización de Mendizábal, que también afectó al templo que perdió su uso litúrgico, quedando reducido a establo y pajar; aunque esta nueva función le causó deterioros importantes, paradójicamente fue lo que la salvó de la destrucción total que hizo desaparecer a tantos edificios eclesiásticos afectados por la Desamortización.

La edificación tiene planta de cruz griega y en los arcos del crucero pueden verse todavía restos de la decoración original al estuco con motivos florales. Las naves se rematan con bóvedas de cañón muy peraltadas, que descansan sobre arcos de herradura, típicos de la arquitectura visigoda y que luego adoptarían los árabes.  Entrar en esta ermita es viajar en el tiempo a la Alta Edad Media y sentir los cantos de los monjes y los rezos en latín.



Muy cerca de esta ermita aunque no visible a simple vista encontramos el segundo punto de nuestra excursión: el Castillo de Montalbán. No tenemos más que cruzar la carretera, seguir un sendero y
dejar el coche junto a una cadena, que franqueamos a pie para caminar unos 500 metros hacia la derecha y encontrarnos una fortaleza espectacular; el castillo de Montalbán, antigua fortaleza árabe y donada por Alfonso VI a los templarios que le dieron la forma que nos muestra hoy, majestuoso dominando el tajo del río Torcón, con sus torres de planta pentagonal, típicas de la arquitectura templaria, y lo que más llama la atención: por su situación, el flanco que mira al río está desprotegido, se consideró con acierto que lo escarpado del desfiladero era suficiente protección para afrontar cualquier situación.
Así nos ha llegado hasta hoy, ruinoso, sí pero transmitiendo aún fuerza y poder. Si en la ermita podíamos sentir los cánticos y rezos, aquí se podía imaginar el sonido de los cascos de los caballos y las voces de los soldados y de los caballeros reuniéndose para la batalla... aunque no existen noticias de que el castillo fuera atacado nunca. Para terminar diremos que existe la leyenda de que el castillo se unía a la ermita de Santa María de Melque por medio de un pasadizo secreto, extremo que no se ha podido comprobar aunque quién sabe...



sábado, 23 de abril de 2016

El Ocejón. En el Himalaya alcarreño

Voy a desempolvar hoy una excursión hecha hace dos otoños ya, pero de la que el relato se quedó a medio hacer durante bastantes meses, hasta ahora que, como los músicos que conservan maquetas hasta que deciden terminarlas, he decidido acabarlo y colgarlo al fin.


Luminosa mañana de sábado para acercarnos a Valverde de los Arroyos y lanzarnos a la conquista del Ocejón, el pico más alto en bastantes kilómetros a la redonda, la típica montaña que todos hemos dibujado de niños, cónica y de amplia base; por eso mismo parece fácil de ascender, pero... las apariencias engañan, estamos ante una subida que prueba las piernas de los más avezados caminantes y andarines y que puede hacer que los menos constantes o acostumbrados a las rutas, vericuetos y senderos, decidan abandonar tan abrumadora subida.



Para llegar a Valverde de los Arroyos desde Madrid hemos optado por coger la R2 hasta la salida 54 que nos conduce a la CM101, que seguiremos hasta las cercanías de Humanes, donde tomaremos la GU004,por la que proseguiremos hasta llegar al desvío que nos conduce a la GU186 que seguiremos un poco menos de un KM hasta llegar al desvío de la GU211, que ya seguiremos hasta nuestra llegada a Valverde de los Arroyos, donde conviene llegar no muy tarde porque el aparcamiento es limitado.


Estamos ante un pueblo típico de los llamados de arquitectura negra, por sus característicos tejados de pizarra. El pueblo está  lleno de excursionistas que vienen en su mayor parte a ver la cascada de Despañalagua que nosotros, bravos entre los bravos, o locos entre los locos, no se sabe, dejamos para el final como guinda del pastel que es la subida al Himalaya alcarreño.


El trayecto está muy bien señalizado y no hay pérdida posible.La subida es bastante llevadera en su primer tramo, compartido con el camino que lleva a la cascada, estamos ante un sendero, estrecho que discurre entre zonas despejadas y otras con bastante sombra y algunos arroyos que contributen a refrescar el ambiente y a hacer más amena la subida. Este sendero está muy transitado hasta llegar al desvío que lleva a Despeñalagua, padres con niños pequeños, incluso algunos cochecitos de niño; las neveras de camping y los comentarios sobre pimientos asados y tortillas también son frecuentes. Todo eso desaparece, se pierde en el sendero que a unos dos kilómetros de Valverde de los Arroyos se bifurca a la izquierda con rumbo a la cascada; a partir de ahí, el silencio sólo es interrumpido por el sonido de las hojas movidas por el viento y el gorgoteo de los arroyos que vamos cruzando camino de nuestra meta, más el cruce con algunos grupos de madrugadores que ya van de bajada después de gozar de las primeras luces del día desde tan privilegiada atalaya y algunos presurosos que suben como si les fueran a cerrar el sendero de un momento a otro.


Tan bucólico paseo acaba de forma abrupta tras cruzar un arroyo, pasado el cual, el sendero gira violentamente a la derecha y podemos contemplar una rampa larguíiiiiiiiiiiiiiiiiisima, completamente descubierta, sin apenas árboles, lo que nos indica que hemos ascendido bastante ya porque estamos en una zona en la que la vegetación ya es la típica de tundra: vegetación baja y muy resistente, la única que puede hacer frente a las temperaturas extremas del invierno alcarreño sin resultar abrasada. aquí es donde empieza la parte dura de la jornada; desde donde iniciamos la ascensión podemos ver distintos grupos de senderistas que van subiendo cada vez más trabajosamente la cuesta que también se va cobrando su peaje en forma de excursionistas que se van quedando rezagados con respecto a sus compañeros, algunos más que caminan con paso dudoso quizá producto de un exceso de confianza en el tramo inicial y otros que, tras reponer fuerzas reemprenden el camino, algunos de nuevo el ascenso y otros, los más conformistas, hacia el punto de partida, no saben lo que se pierden.


Tuvimos que hacer un alto a media ascensión de esta primera rampa para poder reemprender la subida tras un trago de nuestro termo de colacao y repuestas las fuerzas para afrontar esta exigente subida, sin duda una de las más duras que hemos hecho hasta ahora, agravada por el hecho de que la cima se ve desde muy pronto y parece no acercarse nunca pero todo llega con un poco de paciencia y confianza.


Al final de esta larga rampa, el sendero gira a la izquierda y apunta directamente a la cima; esta parte final es aún más dura que la anterior porque la rampa se acentúa y las fuerzas van faltando, tanto que nos vemos obligados a hacer un segundo alto y a preguntarnos si seríamos nosotros  de los que inician el camino de descenso sin llegar a contemplar la Alcarria desde las alturas y mirando de tú a tú a los buitres... a los que vuelan bajo claro. Al final reemprendemos la ascensión, con paso cansino, eso sí, pero contínuo y ya sin parar hasta llegar a un tramo de escaleras talladas en roca que nos llevan a una primera cima,por debajo de la principal y desde la que la vista es ya increíble y nos permite imaginarnos lo que podremos disfrutar una vez hayamos coronado la cima que ya podemos ver claramente. la rampa se incrementa pero ahora el sendero serpentea y la subida al no ser tan directa permite hacerla de forma más llevadera o menos mortificante porque a esas alturas uno ya no estaba para muchas alegrías.


Y, por fin, tras un último arreón, allí estábamos, lo habíamos conseguido. Habíamos coronado el Ocejón y la vista era espectacular, lo suficiente para dejar atrás el cansancio y penurias de la subida. desde allí podíamos ver todos los pueblos de los alrededores y todos los los ríos y embalses como si estuviéramos contemplando una maqueta. El día, excepcionalmente claro, nos permitía ver kilómetros y kilómetros hasta donde nuestra vista, algo mermada en algún caso (el mío), se perdía. al tratarse de una montaña aislada, no hay ninguna de sus características que esté cerca, la sensación de altura y de dominio del entorno es mucho mayor que en otras cumbres más altas pero más acompañadas también.


La cumbre se encontraba bastante concurrida, es que una vez que has llegado allí, cuesta bajar porque hay que rentabilizar al máximo el esfuerzo realizado y hacerse fotos en los mejores sitios cuesta bastante, sobre todo en el vértice geodésico, la esquina de un mapa, el lugar más disputado para hacerse fotos, donde casi hay que sacar número para poder ir.


Al final, tras una serie de fotos a cual mejor, juzgad vosotros, emprendimos el camino de descenso para dirigirnos a Despeñalagua; desandar el camino no tiene más misterio que no dejarse llevar demasiado ahora por la pendiente porque las piernas están cansadas y podemos terminar rodando ladera abajo. La bajada se ve favorecida por la tarde, que va avanzando poco a poco y va suavizando más la temperatura, lo que viene muy bien a los baqueteados montañeros que emprendemos el camino con paso calmo pero alegre.


Al cabo de algo menos de una hora llegamos al desvío que nos conduce a Despeñalagua. Se trata de un camino de escasa dificultad aunque muy transitado tanto por senderistas como por gente que lo recorre con sus mejores galas domingueras con resultados previsibles en algunos casos. El agua está muy presente a lo largo de todo el recorrido ya que son varios los cursos de agua que hay que vadear o salvar aunque sean apenas arroyos. El camino se adentra en un valle estrecho y hundido entre las montañas que lo rodean hasta que llegamos a una pared de granito que cierra el camino y sólo permite salir por la ruta que hemos traído. Desde lo más alto las cascada cae golpeando en varios puntos la pared y  haciendo que el agua  trace formas caprichosas antes de caer en una poza desde la que sigue discurriendo  hacia la salida del valle después de rebosar los bordes de la misma. El lugar está muy concurrido y es bastante difícil poder hacer fotos en condiciones pero, ya se sabe, es todo cuestión de esperar el momento oportuno, que, aunque tarda un poco en llegar, nos permite hacer algunas instantáneas bastante buenas.


Al cabo de un rato y, una vez hemos descansado un poco, nos ponemos en marcha hacia  el pueblo para coger nuestro coche y poner rumbo a Madrid, donde llegamos con bastante cansancio en las piernas pero muy satisfechos porque habíamos ascendido (y bajado) una de las cumbres más destacadas del Sistema Central.


Hasta otra.

lunes, 8 de febrero de 2016

Los Diablos de Luzón





Un aire gélido recorre el pueblo; apenas se ve a nadie por la calle,lógico, es la sobremesa y el tiempo no acompaña para dar un paseo. Sin embargo, numerosos coches aparcados en cualquier rincón de la villa, atestiguan que hoy es un día diferente. A lo lejos se empiezan a ver grupos de gente que, desafiando el frío, caminan hacia un lugar en las afueras de la población. Allí, por alguna grieta, desconocida para los simples mortales, una vez al año, el diablo da suelta a todos sus congéneres, que abandonan su infernal morada y recorren la Tierra aterrorizando a todo el mundo con el sonido de sus cencerros y tiznándoles con el hollín de las hogueras en que se consumen las almas. Es sábado de carnaval, y el sitio donde, cada año tiene lugar tan escalofriante suceso es Luzón, Guadalajara.



Los Diablos de Luzón son una de las tradiciones carnavalescas más antiguas de España; según algunos, hunde sus raíces en los celtas aunque no está muy claro; lo cierto es que no hay documentos que nos puedan situar en el tiempo el origen de tan curiosa celebración, ha ido pasando de generación en generación, sobreviviendo, incluso, en la época de Franco aunque era necesario un permiso especial para poder hacerla. Sin embargo, en los años setenta y ochenta del pasado siglo entró en decadencia aunque en los noventa comenzó a revitalizarse al tiempo que se introducían cambios que han menguado su tradición pero han contribuido a preservarla; así, si antes los diablos eran hombres disfrazados que perseguían a las mujeres, desde hace unos años entre quienes encarnan a los diablos hay mujeres y niños.



En una nave delas afueras, se preparan los diablos para iniciar su recorrido, allí se visten con unas largas sayas de color negro, se tiznan todo el cuerpo con una mezcla de hollín y aceite, que también utilizarán para tiznar a sus víctimas y son ayudados a ponerse unas enormes cornamentas que contribuyen a darles un aspecto verdaderamente infernal junto con un trozo de patata que, a modo, de dentadura postiza complementa tan terrible disfraz; pero eso no es todo, los trabucos y cañones, como se llaman los enormes cencerros que hacen sonar cuando saltan y corren, son los emisarios de los sonidos del infierno.



Y a las cinco de la tarde, mientras el viento sopla helador y las nubes se arraciman en el cielo, los diablos de Luzón hacen su salida e inician su recorrido demoníaco en el que van tiznando a todos los que no vayan disfrazados de “mascaritas”, unos seres vestidos con trajes típicos y con la cara cubierta por un paño blanco con unos agujeros para los ojos, la nariz y la boca; a pesar de estar protegidas por su atuendo y los diablos no pueden tocarlas y menos tiznarlas, van armadas con un disuasorio bastón por si acaso.



El cortejo carnavalesco recorre el pueblo haciendo una primera parada en la plaza del pueblo, donde bailan y hacen sonar sus cencerros mientras tiznan a todos aquellos que se les ponen por delante, aunque al mismo tiempo se muestran siempre dispuestos a posar para los innumerables fotógrafos que han (hemos) invadido Luzón. Al cabo de un rato, se lanzan a recorrer las calles escoltados por los dulzaineros de Sigüenza, que amenizaban con música el recorrido, haciendo varias paradas, junto a una de las iglesias y junto al monumento dedicado a este espectáculo. Hasta desembocar de nuevo en la plaza donde los diablos realizan el ataque final sobre los pocos que quedan ya sin tiznar.





Cae la noche y el frío arrecia, nos refugiamos en el único bar del pueblo a tomarnos un café y charlar sobre el día. Poco después empiezan a entrar los diablos, ya aplacada su furia tiznadora dispuestos a calentarse junto a la estufa mientras los dulzaineros amenizan la noche.


Poco después, le echamos valor y salimos del bar hacia el coche para ponernos en camino mientras la noche se cierra sobre Luzón.